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Cervantes y la Justicia Sevillana de su época

Puntualizaciones a la novela El Licenciado Vidriera (I)

Corría la primavera del año 1587, estaba a punto de marcharse aquel siglo tan glorioso para España, del que después se dijo “que abrió Colón y que cerró Cervantes”, y el ilustre autor de La Galatea, única de sus obras publicadas hasta entonces, lo había sido en 1584, se disponía a encaminarse desde Esquivias, en la imperial ciudad de Toledo, a Sevilla, donde arribaría precisamente en aquella primavera. Sevilla era en aquellas fechas plaza universal, “ puerto y puerta de las Indias”,-dijo Lope de Vega-, la más importante de las ciudades españolas y una de las primeras ciudades y de más población en el concierto universal de las naciones. Sevilla era entonces la doble cara de la moneda en la monarquía de los Austrias, el contrapunto, la grandeza y la miseria a un tiempo, la panorámica del vicio aliado de la delincuencia, la conjunción de dos mundos distintos, la doble verdad de la vida humana, que nos ha dicho el culto jesuíta Herrera Puga en Sociedad y delincuencia en el Siglo de oro, a nuestro juicio la obra más completa en la que se relata la delincuencia en nuestro Siglo de Oro. Como escribiera Enrique Heine “servía un momento extraño y superior de la raza humana”; como dijera el propio Cervantes “amparo de pobres y refugio de desdichados”.Banqueros alemanes, cambistas flamencos, prestamistas judíos, comerciantes y potentados corsos y genoveses traficaban con poderosas flotas de naves y galeones que transportaban mercancías de valor incalculable. Sevilla era un imán para los comerciantes europeos. No hay lugar en el mundo donde haya llegado y llegue más riqueza que a Sevilla, dice Larraz en su obra La época del mercantilismo en Castilla. Sin embargo una nube de vagabundos infestaba sus calles y sus plazas, las mujeres públicas abundaban por doquier, eran desatendidos los presos de la cárcel y una caravana de pobres y mendigos hacía que la miseria se uniera al hambre continuada y a la enfermedad hasta el punto de no poder dar abasto los hospitales y las Casas de misericordia que había en la ciudad. Varias cárceles había en Sevilla, y no es lo que admira, decía Rodrigo Caro, el que haya tantas cárceles, sino que sobran reos. Montoto en su obra Sevilla en el Imperio comentaba: “El más desolador de todos los cuadros lo forman los niños, que, hambrientos, casi desnudos, cubiertos por la roña y comidos por la tiña, acudían a los mercados y a las puertas de las Casas de la gula, para sustentarse con las sobras y vagar luego por el Compás y la Mancebía adiestrándose en las artes que habían de llevarles al verdugo o las galeras de por vida, o lo que es peor, a la temida ene de palo”. A esta ciudad de la confusión y el mal gobierno, pobre y mísera a la vez, arribó Cervantes en la primavera de 1587. La primera vez que se documenta su presencia en ella quedó plasmada en un Acta del Cabildo municipal de la ciudad de Écija de 22 de septiembre de aquel año, encargado ya, el que después sería ilustre autor del Quijote, como comisario regio para allegar bastimentos, trigo y aceite, para las galeras del Rey, que ya preparaba el formidable fracaso de la Armada Invencible contra Inglaterra. Volvía ya el ilustre alcalaíno cubierto de gloria. Había perdido la mano izquierda en la memorable batalla naval del golfo de Lepanto, “ la más alta ocasión que vieran loas siglos pasados y esperan ver los venideros”, había peleado como soldado de los Tercios españoles en toda Italia -Nápoles, Navarino, Túnez y la Goleta-, sufrido cautiverio en Argel durante cinco años, desempeñado misiones reales en Orán y Arcila, y frisaba en los cuarenta años de su vida aventurera y heroica.

La explicación, la razón, la causa si se quiere, de la venida de Cervantes a Sevilla no está hasta el momento suficientemente aclarada por sus biógrafos o por el estudio de aquellos que se han ocupado de él y de sus obras. La interrogante del por qué de esa llegada les ha separado hasta el momento. Vamos a dar nuestra versión tratando de contestar la interrogante, hasta el presente no suficientemente clara ni desvelada por la investigación.

Ese mismo año de 1587, Felipe II, que había conseguido ya el visto bueno del Consejo de Castilla, tuvo las manos libres para realizar su propósito de enviar una fuerte armada contra Inglaterra, que a causa de su abandono de la doctrina católica por la anglicana, de la que se había erigido en cabeza la monarquía de Enrique VIII, amenazaba contradecir y poner en entredicho el título más preciado con que el Rey de España pretendía distinguirse, el de campeón indiscutible de la verdad y de la unidad católica. Se dispuso, pues, el monarca a organizar tan formidable máquina de guerra que se componía de más de un centenar de barcos de todos los calados y de cerca de treinta mil hombres, y a tal efecto y para que gestionara la consecución de los bastimentos necesarios para tan colosal aparato de guerra de hombres y de barcos, comisionó a su consejero de hacienda Antonio de Guevara, con la especial indicación en su nombramiento de que de inmediato estableciera su cuartel general en la ciudad de Sevilla, dado que Andalucía para conseguir el abasto primordial y necesario, el trigo y el aceite para la fabricación del bizcocho y la galleta, obligada materia para la manutención de aquella tropa, compuesta en gran medida de galeotes y forzados, pasaba por ser el granero de España en trigo y el almacén privilegiado para el aceite.

Cervantes, tras su vuelta del cautiverio en Argel, casado ya con Catalina de Palacios, vivió temporadas en Madrid y allí conoció y tuvo una hija de Ana de Rojas, conocida por Ana de Villafranca, que a su vez por ella misma o por su familia tenía conocimiento con el proveedor general de las galeras, que este era el cargo con que el Rey había distinguido a Antonio de Guevara, como acabamos de indicar. Pudiera ser por ello que a través de Ana de Villafranca el ilustre autor del Quijote recibiera su nombramiento y viniera ya a Sevilla con su flamante designación real. Sin embargo, no hay conformidad sobre este punto entre los biógrafos del ilustre alcalaíno.

Profundicemos algo sobre este extremo. En Sevilla estaba establecido con negocio abierto en la antigua calle de Bayona -hoy Federico Sánchez Bedoya- un antiguo amigo de Cervantes, farandulero en su juventud, a quien Cervantes había conocido en Madrid en épocas de comedia y farándula. La posada que regentaba Tomás Gutiérrez, que éste era el amigo de Cervantes a quien nos referimos, en la citaba calle Bayona, era la más importante de la ciudad en aquellos años finales del siglo XVI, y en ella paraban los más conspicuos personajes y lo más florido y selecto de las personalidades que venían a Sevilla a despachar sus asuntos o a tratar sobre sus negocios, razón avalada por nuestros autores clásicos del siglo de oro, como así resulta del testimonio del ecijano Vélez de Guevara, quien en su famosa y picaresca obra El diablo cojuelo, en su tranco X dice el diablillo a Don Cleofás,” estos van a tomar posada y apearse a cal de Bayona “. Por la misma importancia de su negocio Tomás Gutiérrez tenía buenas relaciones con personas importantes de la ciudad y de la vida social sevillana, y se ha comprobado que de hecho las tenía con el alcalde del Crimen de la Real Audiencia licenciado Diego de Valdivia, que llevaba ya, como más adelante veremos, algunos años desempeñando esta plaza judicial en la Audiencia de los Grados sevillana. Pero Tomás Gutiérrez con quien de seguro tenía buena amistad era con Miguel de Cervantes, quien interviene como testigo en el ruidoso proceso que el posadero, restaurador diríamos hoy, mantenía durante los años 1593-1594 con la Hermandad del Santísimo Sacramento del Sagrario, que se niega a recibirle como hermano a causa de las trabas o impedimentos que en aquella época se producían en las asociaciones y cuerpos colegiados por consecuencia de los expedientes de limpieza de sangre.

Este pleito -conviene recordarlo aquí en interés de nuestro Colegio de Abogados- lo descubrió en el Archivo general del Arzobispado de la Catedral hispalense quien fuera eximio decano de nuestra Corporación en los años 1928-1930 Adolfo Rodríguez-Jurado, excelente jurista y extraordinario cervantista, que aportó, desempolvándolos de la arenilla de los siglos muchos documentos sobre Cervantes. Fue materia de su Discurso de ingreso en la Real Academia Sevillana de Buenas letras, leído el día 11 de febrero de 1914. Nuestro ilustre compañero proclamó en esta oración académica no ya la oriundez cordobesa de Cervantes sino su propio nacimiento en Córdoba, tomando por base inconmovible de su razonamiento la propia manifestación de Cervantes fechada en los días 4 y 10 de junio de 1593 prestada en el pleito a que venimos haciendo referencia. Pero Rodríguez Marín, abogado también de nuestro Colegio, develador de multitud de papeles y documentos relativos a Cervantes, y a nuestro modesto juicio el mejor intérprete de sus obras inmortales, con singularidad del Quijote, en un estudio suyo intitulado Cervantes y la ciudad de Córdoba, premiado en los Juegos Florales de esta ciudad en mayo de 1914, a raíz de las afirmaciones del decano Rodríguez-Jurado, explicó la relación de agradecimiento y amistad de Cervantes con Tomás Gutiérrez, el posadero de la calle Bayona, y dio la razón a causa de la cual Cervantes declaró su naturaleza cordobesa, que yo resumo brevemente: De acuerdo con la regla de la limpieza de sangre, precisa en aquella época para entrar a formar parte de las instituciones, -ser cristiano viejo, limpio de toda mala raza, no descender de moros ni judíos, ni de conversos, ni de penitenciados por el Santo Oficio-,Tomás Gutiérrez propuso a Cervantes, y ello demuestra su buena relación y amistad, como testigo en aquel pleito, que desde aquella amistad y agradecimiento al hospedero, no podía negarse a ello, y supuesto esto ¿cómo podía Cervantes conocer de ciencia propia, -validez jurídica del testimonio prestado con juramento ante la ley- aquellas concretas preguntas que por razón del conocimiento exigido legalmente se le harían en los autos si se declaraba natural de Alcalá de Henares, donde realmente había nacido, y no de Córdoba, la ciudad donde habían nacido los padres del farandulero, su amigo, donde vivieron, de cuya calidad de cristianos viejos sin mezcla de otra mala raza se demandaba a Cervantes el testimonio prestado bajo juramento?.Esta fue la causa de la afirmación de Cervantes declarándose natural de Córdoba. No mintió, a pesar de ello. Dice Rodríguez Marín, aún haciéndolo por motivo de nobleza y generosidad hacia el amigo, porque Cervantes pudo declarar ser natural de Córdoba, habiendo nacido en Alcalá de Henares, ya que con la expresión “natural” no solamente se significaba antaño la tierra o el lugar donde se había nacido, sino también, en otra acepción, la tierra, el pueblo o lugar de donde se era oriundo. Cervantes podía afirmar su ascendencia cordobesa, porque naturales de la bella ciudad hermana eran sus abuelos paternos, el licenciado Juan de Cervantes y su mujer Leonor de Torreblanca y sus bisabuelos Rodrigo Cervantes y su mujer Catalina de Cabrera. Y ejemplifica nuestro compañero, el sabio andaluz, con su vasto conocimiento de nuestra historia literaria, fruto de su inmensa erudición, tomando como prueba a Juan de Castellanos, andaluz también, en sus Elegías de varones ilustres de Indias,

Alonso Sánchez este se decía,

de Murcia natural y allí nacido.

Así quería dar a entender que un sujeto había nacido en el mismo lugar de su oriundez o abolengo, porque en otros casos aparecía, como en el Catálogo biográfico de los colegiados de Santa Cruz de Valladolid, que se conserva original y manuscrito en la Biblioteca Nacional –asiento número 174- “Diego Bretón, natural de Simancas, nació en Córdoba a 16 de enero año de 1513”. Francisco Mosquera de Barnuevo en su poema La Numantina, impreso en Sevilla sobre 1612, se llama “natural de Soria nacido en Granada”. Y en los expedientes de prueba de las Ordenes Militares, de los siglos XVI y XVII, se suele distinguir entre el pueblo de nacimiento del pretendiente y el pueblo de su naturaleza. Hay, en consecuencia, que dar por cierto que Cervantes no mintió al prestar aquella declaración y declarar a Córdoba como el lugar de su naturaleza. Más claro hubiera sido si el ilustre autor del Quijote hubiera dicho al ser preguntado por el lugar de origen “natural de Córdoba, nacido en Alcalá de Henares”, pero no lo hizo y dio lugar a la confusión de algunos, entre ellos a la de nuestro prestigioso decano Adolfo Rodríguez Jurado. Aún una razón más nos inclina a creer que Cervantes no recibió el nombramiento para su comisión en Madrid sino en Sevilla, y esto tiene que ver con el alcalde Diego de Valdivia, porque este fue la persona designada por el proveedor general de las galeras Antonio de Guevara para que le sustituyera en Sevilla mientras él, ocupado en los negocios de la Corte, no pudiera desplazarse a Sevilla, lo que no ocurrirá hasta finales del año 1888. Y en el cruce y relación de amistad entre Valdivia y Tomás Gutiérrez, y de este con Cervantes, hay que buscar la verdadera causa del nombramiento de Cervantes para su cargo de allegar bastimentos para las galeras del rey. Esta es nuestra opinión y así lo sostuvimos en nuestro Discurso de ingreso en 23 de enero de 1988 en la Academia de Ciencias, Bellas Artes y Buenas Letras “Vélez de Guevara” de Écija con el título de Écija, Cervantes y el alcalde Diego de Valdivia, y allí me remito y remito a su vez a cuantos tuvieren interés en conocer más detalles sobre estos interesantes episodios de la justicia histórica de Sevilla.

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