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La Legión Extranjera

Los lectores que piensen que en esta oportunidad me voy a referir a ese cuerpo de soldados mercenarios que servían en los antiguos protectorados, se equivocan. También están abocados a incurrir en error los que pretendan adivinar, a través del titular de este artículo, que pretendo exaltar la figura señera de algún militar de contrastado prestigio. Y créanme que lo lamento, ya que ni siquiera yo mismo me podía imaginar, que el término “legión extranjera”, que acertadamente acuñara un gran amigo que tuvo a bien en su día designarme como albacea para proceder a la distribución de su fortuna, pudiera darme pié para que, años más tarde, redactara unas líneas relacionadas con un asunto de tanta trascendencia en el plano familiar, como lo constituye la transmisión del patrimonio hereditario y, de manera muy significativa, cuando en el reparto existe de por medio una empresa o un negocio.

Obviamente, por razones de respeto y confidencialidad, no puedo citar el nombre de la persona a la que se le ocurrió tan ilustrativa e ingeniosa frase, pero no les quepa la menor duda a los lectores, como tendrán oportunidad de comprobar, que mi buen amigo acertó de lleno con el calificativo que le otorgó a todos aquellas personas que, no siendo miembros de “sangre” de su familia, venían llamados a integrarse en la misma por medio de vínculos matrimoniales.

A lo largo de todos estos años, he podido verificar como mi mandante no sólo acertó plenamente con respecto a su caso en concreto, en lo referente a su preocupación por las ingerencias en las que pudieran incurrir los yernos y las nueras en asuntos tan delicados como eran los del reparto de su herencia, sino que aquel vaticinio era y continúa siendo válido, en la actualidad, para la mayoría de las familias, sobre todo en aquéllas particiones hereditarias en las que se concentran cuantiosos bienes y derechos.

Resulta alarmante comprobar, como en muchas ocasiones, aún existiendo de una manera pacífica acuerdos previos en el seno familiar sobre el reparto del patrimonio, más tarde, cuando se pide parecer a la “parienta” o al marido de turno, todo lo pactado entre los hermanos se puede ir al garete en un santiamén, con frases tan conocidas como: “tu eres tonto”, o “a ti te están dando coba”; o aquello otro de: “pues mira como tu hermano le ha comprado a tu cuñada un coche nuevo y yo sigo teniendo la misma chatarra desde hace veinte años”. ¿Les suena, verdad? ¿En qué casa o familia no se han oído pronunciar frases como esta alguna vez?

Sin embargo, el problema cobra especial virulencia cuando en el reparto se incluye una empresa de ámbito familiar, debido a que en tales circunstancias existe mucha más cuota de poder que repartir y, entonces, la codicia humana se dispara. Lo malo es que, además, en estos casos, se pueden perjudicar derechos de terceros, como pueden ser: los proveedores, los trabajadores, las administraciones públicas, etc., que, en principio, nada tienen que ver con esas luchas internas, y eso sí que ya no solo afecta al núcleo familiar, sino que también inquieta a la propia sociedad.

Hace unos días, coincidía, en el transcurso de una reunión convocada por la patronal sevillana, con el administrador de una sociedad, codueño junto a su hermano de un negocio que goza de gran prestigio en nuestra ciudad, que se lamentaba, precisamente, del inquietante proceso que está empezando a padecer en su empresa como consecuencia de los enfrentamientos internos que están surgiendo entre primos e incluso entre sus propios hijos derivados de la negativa influencia que sobre los mismos viene ejerciendo la llamada “legión extranjera”.

Mucho me temo que, en este caso, como en tantos otros, no se hayan adoptado por parte de los progenitores las medidas necesarias para poner remedio a situaciones como las que se les avecinan. Sería lamentable, si Dios no lo remedia antes, que esta empresa terminara desapareciendo, como tantas otras. Se trataría, en suma, de un nuevo episodio de esa catástrofe que se cierne sobre la empresa familiar. Una maldición de la que en la mayoría de los casos resulta poco menos que imposible evadirse. Y lo peor de todo ello, es que nuestras autoridades parecen no inmutarse. Da la impresión de que se acepta, con reposada resignación, que esto debe suceder así, inevitablemente, y que contra dicha situación no cabe oponer ningún tipo de resistencia.

¿Se imaginan los lectores que cada año continuaran desapareciendo en España cientos de empresas de tipo familiar? ¿Nos hemos detenido a pensar, por un momento, lo que esto podría suponer para la economía nacional y para nuestros propios intereses?

Sería provechoso que nuestra clase política se dejara de hacer tantas leyes de cara a la galería y se percatara, definitivamente, de que aquí, y ahora, existen problemas mucho más cotidianos que demandan soluciones inmediatas. En el caso que nos ocupa, debería procederse, con extrema inmediatez, a sacar adelante el tan cacareado modelo de “protocolo familiar” que facilitara su inscripción obligatoria en el Registro Mercantil, para que, en definitiva, las actitudes individualistas de unos pocos dejaran paso a conductas mucho más condicionadas por el carácter público de las decisiones que se pudieran adoptar en el seno de la empresa familiar.

No seré yo quien contribuya a satanizar a todos los yernos y nueras de este país, pero insisto en que aquél amigo no se equivocó lo más mínimo en sus agoreros pronósticos. En los tiempos actuales continúa siendo perfectamente válida aquélla apreciación en torno al respeto que hay que tenerle a la “legión extranjera” como conjunto de personas que nada tienen que ver, en principio, con la propia familia, pero que vienen llamados a integrarse en ella con idénticos privilegios a los que ya forman parte de la misma por vínculos de sangre; y todo ello, a pesar de que, como decían nuestras abuelas: «Una madre es una madre y a ti te encontré en la calle».

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