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La Igualdad y el Ku Klux Klan

Uno de los valores que caracteriza a la civilización occidental es la aceptación, al menos a nivel teórico, de las diferencias. Esta aceptación de las diferencias es el paso previo al principio de igualdad, ya que el derecho a no ser discriminado, o a ser tratado con igual dignidad, parte de que no hay un solo ser humano idéntico a otro. Este principio está recogido en numerosas normas fundamentales como requisito básico para un Estado de Derecho. A mí me gusta especialmente cómo lo concreta la Convención Constituyente de la ciudad de Buenos Aires, el treinta de agosto del año mil novecientos noventa y seis: “Todas las personas, tienen idéntica dignidad y son iguales ante la ley. Se reconoce y garantiza el derecho a ser diferente no admitiéndose discriminaciones que tiendan a la segregación por razones o con pretexto de raza, etnia, género, orientación sexual, edad, religión, ideología, opinión, nacionalidad, caracteres físicos, condición psicofísica, social, económica o cualquier circunstancia que implique distinción, exclusión, restricción o menoscabo. La Ciudad promueve la remoción de los obstáculos de cualquier orden que, limitando de hecho la igualdad y la libertad, impidan el pleno desarrollo de la persona y la efectiva participación en la vida política, económica o social de la comunidad.”

Aunque es evidente que Occidente ha promovido el principio de igualdad, y en la actualidad existe un reconocimiento expreso y general en nuestros legales, Occidente (incluido Estados Unidos) cuenta en su historia reciente con graves acciones de discriminación. Entre ellas destacan el exterminio judío y de homosexuales en Alemania, y la matanza de personas negras por el Ku Klux klan, organización terrorista secreta creada en los estados sureños de Estados Unidos el 24 de diciembre de 1865, por seis antiguos oficiales del ejército confederado que dieron a su sociedad un nombre adaptado de la palabra griega kuklos (‘círculo’). Los miembros del Klan creían en la inferioridad innata de las personas negras y no soportaban ver a antiguos esclavos en condiciones de igualdad social y poco a poco, con posibilidad de acceder a cargos de importancia política. Ataviados con túnicas y ocultando sus rostros con capirotes blancos, los hombres del Klan azotaban, mutilaban y asesinaban a sus víctimas. Estas actividades las consideraban imprescindibles para defender la supremacía blanca. En 1.915 se fundó una forma del Klan denominada “Imperio Invisible, Caballeros del Ku Klux Klan”, que añadía como objetivos perseguir y difamar a las personas católica, judías, homosexuales, extranjeras, huelguistas o sindicalistas, sin olvidarse de las personas negras, claro. El Klan alcanzó la cifra de tres millones de miembros en 1.924. En la actualidad, aunque con escasos miembros, aún hay organizaciones que utilizan esa denominación y que tienen como característica común el odio y el miedo extremo a determinados grupos de personas.

Por eso creo que puede afirmarse que el Ku Klux Klan es un ejemplo claro de reacciones violentas ante un paso social a favor de la igualdad, ya que surge justo tras ser abolida la esclavitud, rechazando los miembros del Klan perder sus privilegios los cuales básicamente consistían en tener que trabajar mucho menos, disponer de más riqueza y de un alto nivel de vida, imponer sus voluntades frente a las personas negras, incluso, en el caso de los hombres, disponer sexualmente del cuerpo de las esclavas; siendo los esclavos y esclavas las que hacían los trabajos más duros (y casi todos los demás), no disfrutaban de las ganancias, y no tenían capacidad pública. Para los hombres del Ku Klux Klan la pérdida de esos privilegios, el tener que trabajar duro y competir con personas negras, era insoportable. Y luego les resultó insoportable repartir lo que consideraban suyo con personas católicos, liberales, huelguistas…

A mediados del siglo XX tuvo lugar una toma de conciencia internacional del fenómeno del racismo, del machismo, y de otras formas de discriminación, como reacción a las atrocidades nazis y a los procesos de Nuremberg a los criminales de guerra nazis, y como consecuencia del pensamiento feminista que defiende el respeto a la diferencia (con el límite que marca el respeto a los derechos humanos) y la igualdad de derechos para todos los colectivos, empezando por las mujeres (cuya situación frente al varón es obviamente la más estudiada y denunciada por el feminismo).

Sin embargo, en la sociedad actual aún perduran numerosas formas de discriminación, a pesar de las reiteradas recomendaciones de los organismos internacionales y de los acuerdos alcanzados respecto a los derechos de las minorías y de las personas. El apartheid en Africa del Sur ignoró estos acuerdos sistemáticamente hasta 1990. La masacre de la minoría tutsi en Ruanda en 1993 y la ‘limpieza étnica’ emprendida por los serbios en la antigua Yugoslavia a partir de 1991, los matrimonios forzados, la ablación practicada a niñas, la trata de personas para la explotación sexual (mayoritariamente mujeres y niñas), los trabajos forzados, las violaciones de las mujeres víctimas de guerras, el maltrato a las mujeres en el ámbito de la pareja, son claras violaciones de derechos basadas en la discriminación.

A pesar de que la legislación de cada país debería ser el medio para combatir la discriminación, con frecuencia han sido esas leyes las que, de forma activa o pasiva, han alentado las prácticas discriminatorias, o no han promovido de manera efectiva la igualdad. Así, durante los años 80 y 90 se ha consolidado la igualdad formal en España, pero bajo la “esperanza” general de que en la práctica los grupos sociales que habían sido beneficiados con la igualdad no ejercieran la totalidad de sus derechos. De manera que cuando una mujer, una persona homosexual, o de otra raza, o con discapacidad, o en situación de pobreza, o de explotación sexual, pretendía ejercer sus derechos, surgía un rechazo social y serios impedimentos a ese ejercicio. Podría decirse que esa persona defraudaba e irritaba a muchas personas por el mero hecho de pretender ejercer sus derechos. Con frecuencia esa persona sufría humillaciones, insultos, acciones de desprestigio por parte del grupo social que se consideraba en peligro de perder sus privilegios, sin que el Estado reaccionara de manera contundente, y sin que un colectivo la apoyase. De forma mayoritaria ese intento de ejercer los derechos se veía como un ataque que reducía los derechos del grupo dominante, y no como la única forma de mantener una paz social basada en la justicia en vez de en la represión.

Afortunadamente no llegó aquí el estilo del Ku Klux Klan, pero, por ejemplo, numerosas mujeres fueron asesinadas durante los años 90 en España por no querer someterse a su novio o esposo, o a quien lo fue, y numerosas personas fueron insultadas y anuladas por ser homosexuales o de otra raza sin que el Estado interviniera en su defensa, y sin que tuvieran trascendencia pública esos hechos.

En la actualidad, aunque el racismo, la xenofobia, el machismo, y otras formas de discriminación (por ejemplo a enfermos mentales, o de sida) no se hayan erradicado, la ideología en la que se basa se ve sometida a una crítica radical. La supremacía del varón blanco de clase media o alta, o de cualquier otro grupo social, sobre las demás personas o grupos, es criticada desde diversas disciplinas, dando pie a estados de opinión y formas de comportamiento a favor del respeto a la diferencia (y por tanto respeto también al varón blanco) y a la igualdad. Ante la discriminación ya no es posible que nuestro Estado permanezca impasible, porque buena parte de la ciudadanía está dispuesta, y tiene experiencia y capacidad para defender sus derechos. Cosa que antes no sucedía y que supone un paso hacia delante fundamental. Y aunque el ejercicio de los derechos por parte de mujeres, inmigrantes, homosexuales, transexuales, pobres, personas con discapacidad, miembros de otra religión, etc.., es una experiencia nueva que todavía nos confunde, y en ocasiones nos desespera por el esfuerzo que supone (para quienes estamos a favor de la igualdad) o por la pérdida de algunos privilegios (para quienes están en contra de la igualdad), en mi opinión avanzamos en esa dirección, y el avance beneficia a toda la humanidad. El reparto de los ingresos, del trabajo, del tiempo libre, del poder y de las responsabilidades, en definitiva, del bienestar social, aporta más ventajas que inconvenientes, porque aporta paz y futuro.

El Ku Klux Klan ya no da miedo.

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