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Inteligencia emocional en el despacho

Inteligencia emocional  en el despacho

Inteligencia emocional es un término de actualidad. Comenzamos a oír en nuestro entorno voces que nos alertan de lo profanos que somos en la materia y de la importancia del dominio de ésta ciencia como requisito para ser felices y triunfar en la vida personal y profesional. Incluso en las escuelas se comienza a tomar conciencia sobre la importancia de que los alumnos se capaciten en inteligencia emocional y no solo en las distintas disciplinas, tal como venía sucediendo desde antaño.

A menudo utilizamos el término “inteligencia emocional” como cajón de sastre cuando queremos hacer gala de nuestra comprensión y empatía con los sentimientos ajenos. Otras veces valoramos a una persona por su gran inteligencia emocional cuando expresa emociones con facilidad, incluso en contraposición con aquellas personas más reservadas o inclinadas a ser parcas en expresar sus emociones. A contrario sensu habremos oído sobre la racionalidad versus emotividad, pero… ¿es esto inteligencia emocional? Y lo que es más importante, ¿Es tan determinante para nuestra carrera?

Estudios científicos muestran que el liderazgo proviene de la inteligencia emocional en un 80% frente a un 20% que procede de la capacitación técnica. Hoy podemos afirmar que la diferencia entre un experto profesional y un profesional excelente se encuentra en la maestría con el que emplee la inteligencia emocional. En el día a día de nuestro despacho como socios y como equipo, tener una gran inteligencia emocional es aún más necesaria que una gran maestría en la ciencia jurídica.

Los resultados que tengamos en la vida están estrechamente relacionados con la emoción en la que más tiempo nos situemos. Hemos de indicar que todas las emociones son necesarias y útiles según cada circunstancia. Ciertamente lo interesante es que aquella emoción que bien empleada nos ha sido tan necesaria, no se instale en nosotros a largo plazo, provocando la transformación de la emoción en un estado emocional, lo que sin duda será cuanto menos invalidante o bloqueante para los resultados que perseguimos.

¿Podemos definir sucintamente qué es Inteligencia emocional? En cuanto inteligencia, no procede de la emoción, sino de la razón. Por tanto las personas fuertes en inteligencia emocional no son aquellas que sienten sin control o las que priorizan sus emociones sobre la razón, sino todo lo contrario. En tanto en cuanto es una ciencia, se puede aprender.

En la definición de IE construimos una pirámide con tres partes:

1. En primer lugar, reconocimiento de las emociones propias y ajenas, en una doble dimensión, interpersonal e intrapersonal. Incluso debemos añadir una base previa a nuestra pirámide: Antes de reconocer, hay que conocer.

En 1972 Paul Ekman decidió iniciar una investigación para la cual viajó por los cinco continentes, introduciéndose en todo tipo de culturas ancestrales con el propósito de descubrir las emociones básicas, aquellas innatas al ser humano, indistintamente a su cultura o ámbito geográfico. Su investigación concluyó que existían seis emociones comunes a todos los seres humanos, a saber: Miedo – ira – asco – tristeza – alegría y sorpresa.

Lo extraordinariamente útil de su estudio fue la conclusión, simple, como todo lo genial, de que todas las emociones en el ser humano proceden de aquellas seis primarias, lo que nos facilita enormemente su identificación. En nuestro trabajo podemos reflexionar en qué emoción estamos ante cualquier circunstancia concreta e inmediatamente sabremos qué hay detrás de ella. Todas las demás emociones secundarias proceden de estas seis primarias.

En particular nos detendremos en una de las emociones más frecuentemente invalidantes en nuestra vida profesional como es el miedo.

El miedo es la emoción más poderosa del ser humano. Gracias al él estamos vivos pues nos protege de los peligros. En el miedo, como en todas las emociones, hay un gran arco en la intensidad que va desde la inquietud, o aquellas “mariposas en la barriga” que sentimos antes de un juicio, y que nos anclan a nuestra pasión por la profesión, hasta el terror más invalidante o bloqueante que nos paraliza o nos sitúa en el movimiento incesante sin rumbo.

El miedo por definición es la descompensación entre el reto que tenemos frente a nosotros y la capacidad (subjetiva) que tenemos para superarlo. A mayor descompensación, mayor intensidad de la emoción. Una vez localizado, es momento de analizar el por qué de este desalineamiento.

Si el origen está en falta de organización, podemos emplear las herramientas de gestión del tiempo. Comprobaremos cómo al alinear el reto con nuestra capacidad, el miedo automáticamente desparece, porque al cerebro ya no le es necesario.

Si los recursos son los correctos y el reto está a la medida de nuestra capacidad objetiva, nuestro trabajo tendrá que ir enfocado a la autoestima y a la seguridad en uno mismo. Trabajamos entonces en el plano de las creencias limitantes, no destruyéndolas, sino desmontándolas introduciendo una duda razonable.

Interesante aquí es tomar conciencia de si nos estamos poniendo un reto posible o imposible, así como acostumbrarnos a funcionar por objetivos.

2. En segundo lugar, la gestión de las emociones propias y ajenas.

Las personas fuertes en inteligencia emocional gestionan con maestría sus emociones y las de los demás. No se dejan arrastrar por ellas, sino que las controlan, pero no en el sentido de “inhibirlas” sino de gestionarlas.

Una persona con poca inteligencia emocional puede ver su día totalmente arruinado ante un hecho desagradable como que le pongan una multa de tráfico, un desencuentro con hacienda o tener un conflicto en su familia. Estos hechos pueden sobrepasarle hasta límites que lo invaliden totalmente. No es agradable para un cliente imaginar que aquella persona a la que le han puesto una multa y se encuentra fuera de sí o en el más absoluto decaimiento, es su abogado y la persona que le va a defender en un juicio. Tampoco nos gustaría que esta persona fuera cirujano y estuviéramos en la mesa de operaciones.

Es interesante traer a colación el famoso caso del piloto Chesley Sullenberger o “Sully” interpretado magistralmente por Tom Hanks. Su avión falló minutos después del despegue pero éste piloto consiguió aterrizar sobre el río Hudson salvando a todos los pasajeros y a la tripulación.

Igualmente recordamos el lamentable episodio del crucero italiano, cuyo comandante, a pesar de sus años de experiencia, naufragó el navío y en esta tesitura decidió huir dejando a los pasajeros a su suerte.

Ambos profesionales con gran capacitación técnica y experiencia, pero como podemos observar con muy distinto nivel de fortaleza en inteligencia emocional.

En este segundo bloque de la pirámide, nos referimos a la segunda emoción que nos puede bloquear más en nuestro trabajo, como es la ira o enfado. Su definición es aquella emoción que surge ante la circunstancia de que “no se cumplen mis normas”.

Todos tenemos normas de cabecera y están perfectamente ordenadas por orden de importancia. Como líderes podemos tener una norma preferente que puede ser la puntualidad. Lógicamente un miembro de nuestro despacho fuerte en inteligencia emocional, conocerá esta circunstancia y sabrá que para gestionar sus emociones y las de su manager, en primer lugar tendrá que ser exquisito en puntualidad.

Un buen líder sabe reconocer el código de valores de su equipo y sabe cumplirlo. Ante un equipo instalado en la emoción del enfado, debemos preguntarnos qué norma de cabecera no estamos cumpliendo y responder a tal requerimiento. A veces sólo se trata de conocernos, conocer al otro y cumplir su código de valores.

Es importante en este punto trabajar las herramientas de comunicación. El líder excelente sabe comunicar y por encima de todo, escuchar. Sabe impulsar e ilusionar a su equipo y tiene interiorizada la creencia de que lo mejor para sí mismo es lo mejor para su equipo y viceversa.

3. Por ultimo y en tercer lugar, la gestión de las emociones debe estar alineada con nuestros intereses.

Este tercer punto, es el que da sentido a los dos primeros. Recordamos que las emociones no son positivas ni negativas sino útiles o inútiles según el propósito que nos ocupa. Por tanto cobra capital importancia actuar por objetivos. En este sentido, ante la visita de un importante cliente a nuestro despacho, ¿puede la alegría ir contra nuestros intereses? Si estamos disfrutando tranquilamente de un sabroso almuerzo y no preparándonos el asunto, quizás necesitemos cierta dosis de miedo que nos alerte, para dejar una excelente impresión a nuestra visita.

Entre las cualidades de las personas mentalmente fuertes y con alta inteligencia emocional se encuentran las siguientes:

Son líderes, están instalados en la acción y no en la queja. Se plantean las situaciones desde el prisma de la proactividad y no desde la inactividad o el victimismo. Gastan su energía mental sabiamente.

Reflexionan sobre su progreso. Piensan “sobre” el negocio y no solo “en” el negocio. Tienen una estrategia y se planifican por objetivos. Son optimistas por naturaleza. Siempre siguen hacia adelante. Como decía Nietzsche, si tienes claro el por qué, el cómo aparece solo.

Son muy tolerantes a los fallos. Aceptan que equivocarse es necesario para crecer y reconocen su responsabilidad. No se bloquean en el perfeccionismo. Son conscientes de sus limitaciones y tienen un plan de acción para crecer profesionalmente.

Abrazan el cambio. Están dispuestos a tomar riesgos. Observan la realidad desde el prisma de poder cambiarla. Se adelanta al resultado e incluso acepta las circunstancias adversas y saca partido de ellas.

Celebran el éxito de otras personas. Son amables. Tiene una clara vocación de servicio a los demás. Ponen en un mismo plano el interés personal y el del equipo. Siente pasión por lo que hace, se divierte con su trabajo hasta decir basta y si no fuera así, aprenden a amar lo que hace.

Siempre es interesante ver la realidad desde otro prisma, podemos darle la vuelta y pensar qué emoción es la que quiero que domine en mi despacho. Si quiero que mi despacho esté alegre y entusiasmado, así tendrá que ser la emoción que nos ocupe durante más tiempo. Las empresas tienen una emoción dominante, y ésta es palpable, para el entorno, especialmente para nuestros clientes. Y ésta emoción de la empresa no es otra que la emoción de las personas que trabajan en ella.

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