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Novedades Bibliográficas nº 154

Código de los Derechos de las Víctimas

AUTOR: Manuel José García Rodríguez

El objetivo principal de la presente edición, publicada en 2004 por el Instituto Andaluz de Administración Pública, ha sido clasificar y ordenar en una única colección legislativa los textos jurídicos más significativos para el reconocimiento, protección y tutela de los derechos de las víctimas de delitos ante el sistema jurídico penal. Ofreciendo al lector, una versión completa y actualizada del ordenamiento jurídico nacional e internacional en este ámbito de la justicia, que se convierte en una útil herramienta de trabajo para todos aquellos profesionales que de una u otra forma desarrollan actividades relacionadas con la defensa y asistencia a todo tipo de víctimas. Para lo cual los principales textos normativos recopilados, se acompañan de una importante relación de notas a pie de página, en las que se citan las disposiciones legales y reglamentarias más relevantes, con numerosas concordancias entre ellas, con la finalidad de ayudar a comprender el contenido y alcance de su articulado.

El autor de la obra, Letrado del Servicio de Asistencia a las Víctimas en Andalucía, sistematiza su contenido en los siguientes apartados:

I. Legislación Internacional.

II. Legislación Europea

A) Consejo de Europa.

B) Unión Europea.

III. Legislación Nacional, con diversos apartados relativos al:

– Sistema español de ayudas y asistencia a las víctimas de delitos violentos y contra la libertad sexual.

– Sistema de ayudas y asistencia a las víctimas del terrorismo, nacional y autonómico, actualizado tras los atentados del 11-M.

– Protección y asistencia a las víctimas de la violencia doméstica y de género.

– Protección a testigos y peritos.

– Asistencia jurídica gratuita, y

– Menores.

IV. Instrucciones y Circulares de la Fiscalía General del Estado.

V. Instrucciones del Consejo General del Poder Judicial.

VI. Instrucciones de la Secretaría de Estado de Seguridad del Ministerio del Interior.

VII. Carta de derechos de los ciudadanos ante la Justicia.

VIII. Procedimientos de coordinación en Andalucía para la atención a las víctimas.

IX. Anexo legislativo.

La obra se completa con un detallado índice analítico que permite una fácil y rápida consulta sobre cualquier tema o concepto relacionado con esta materia. (Más información en, www.juntadeandalucia.es/institutodeadministracionpublica).

Enseñar la idea de Europa

AUTORES: Yolanda Gómez Sánchez y Javier Alvarado Planas

EDITA: Editorial universitaria Ramón Areces

La realidad de la Europa actual está marcada por una identidad que es pasada, presente y que tiene una clara virtualidad futura. Esta obra recoge diversos trabajos, realizados por profesores de distintas Universidades, relativos a los acontecimientos históricos más relevantes que han contribuido a la formación de Europa; proceso de integración europea desde la CEE a la UE; estudio de las instituciones y pensadores más relevantes con especial referencia al pensamiento español europeista; Constitución Europea, etc

La eutanasia ¿un Derecho?

AUTORA: Mª José Parejo Guzmán

EDITA: Aranzadi, Navarra 2005

Abordar la recensión de una obra es tarea comprometida si quien la desempeña opera con el sentido crítico que le exige su profesionalidad. Pero es también labor grata si el objeto de la recensión es una monografía con una doble cualidad natural: ceñida a un tema apasionante en lo jurídico y en lo social, y escrita por una consagrada investigadora. En efecto, la obra que entre mis manos me honro en tener analiza, con el rigor que requiere, una cuestión relacionada con lo que hemos venido en llamar la extinción de la personalidad: la eutanasia; una cuestión poliédrica -en la terminología al uso- en la que las opiniones morales, religiosas, jurídicas, filosóficas y aun políticas con frecuencia entran en conflicto. Y su autora, a la que quien escribe ha tenido la suerte de ver nacer y crecer en este complejo mundo de la investigación universitaria, vierte en las casi quinientas páginas de esta monografía no ya un saber científico cuyo calado asombra por su juventud, sino también un sentimiento, un espíritu, justificado por su reciente experiencia vital en la cuestión del nacimiento y de la extinción de la vida.

Para responder al desafío del interrogante que se contiene en el título de la obra, la Doctora Parejo Guzmán, Profesora de Derecho Eclesiástico del Estado en la Universidad Pablo de Olavide, divide su respuesta en cuatro capítulos. En el primero aborda el régimen jurídico general de una institución, la eutanasia, que el Diccionario de la Real Academia Española identifica con la muerte sin sufrimiento físico mediante el acortamiento voluntario de la vida de quien sufre una enfermedad incurable; dicho elemento volitivo, que configura el tipo de esta figura, es especialmente estudiado en nuestro ordenamiento al hilo del llamado ‘testamento vital’ (pp. 80-88). En el segundo capítulo la autora desgrana la naturaleza jurídica de la eutanasia valorando aspectos tales como su eventual punibilidad, la justificación de una objeción de conciencia para los profesionales de la Medicina y el derecho a decidir acerca del propio óbito (que conforma uno de los pasajes de más elevada calidad científica de la obra, pp. 195 a 267). El tercer capítulo atañe a la fundamentación jurídica de esta institución e incide directamente en la respuesta a la pregunta que la monografía plantea en su título; en él la autora necesariamente adopta la óptica del derecho a la vida contrastándolo con el derecho a la salud, con un hipotético derecho a la muerte, con el derecho a la libertad personal de decisión y con un eventual derecho a la disponibilidad sobre la vida humana para concluir, en un epígrafe en el que se alude a la dignidad de la vida y de la muerte (pp. 335-353), con un análisis técnico-jurídico de algunos casos recientes y célebres como el de Ramón Sampedro que no es, en las doctas palabras de la Doctora, Parejo Guzmán, un supuesto de eutanasia. En el último capítulo se aborda, por fin, la necesaria tarea de conceptuar y definir el contenido de esta figura mediante un proceder impoluto por su academicismo: exposición de la etimología del término; definición de su concepto, elementos y límites; análisis de su tipología y clasificaciones; y distinción de otras figuras afines. En las conclusiones (pp. 431-449) podrá hallar el lector no sólo una lograda síntesis de las exposiciones previas, sino también, y sobre todo, una propuesta de lege ferenda para que nuestro legislador aborde pormenorizadamente todas las cuestiones que rodean la problemática inherente a esta figura mediante una noma ad hoc.

Si esta última reflexión ya justifica de por sí el esfuerzo y el acierto de la autora, desde una perspectiva técnica es preciso poner de relieve tres elementos, al menos que, a mi juicio, acreditan la excelente calidad de esta monografía: el recurso al método comparado (sobre todo con los ordenamientos belga y neerlandés), exigencia de cualquier obra jurídica contemporánea que se pretenda con un mínimo rigor; la visión multidisciplinar (civil, penal, religiosa, etc.), que incide en la visión global de la figura en una sociedad en transformación; y el impresionante aparato doctrinal y jurisprudencial de que se hace uso en las casi mil trescientas notas al pie y en los extensos apéndices de bibliografía patria y foránea (pp. 451-466) y de jurisprudencia tanto de órganos judiciales estatales -españoles y extranjeros- como supraestatales (pp. 467-473).

Uno aún recuerda, en el acto de lectura en octubre de 2004 de la Tesis doctoral origen de esta obra, las palabras de la autora acerca de la necesidad da aguardar algún tiempo en Europa para abordar la regulación global y sistemática de la eutanasia. Sepa el legislador que, frente a su ignorancia hacia estos jóvenes investigadores a los que sume en la desazón del caos normativo y administrativo de la Universidad española, trabajos desinteresados como el presente facilitan sobremanera su labor en la consecución de una sociedad más libre y justa. Afortunadamente, la sociedad civil es consciente empero de esta labor callada y sacrificada, como lo atestiguó el inaudito impacto mediático de la Tesis de la profesora Parejo Guzmán. No vean ello, queridos lectores, una gloria efímera televisiva sino, antes al contrario, una realidad innegable: un ser humano excepcional y una investigadora de la más acreditada excelencia.

Prof. Dr. Andrés Rodríguez Benot. Universidad Pablo de Olavide

A propósito de “Las Cosas de Juan Torres”, un libro de Juan Camúñez

Cualquiera de vosotros, compañeros, que afrontéis este titular de nuestra revista, singularmente, si ya sois maduritos en el ejercicio profesional, tratándose de Juan Camúñez, excelente recopilador de nuestro anecdotario profesional, estoy seguro que podríais pensar que tenemos en escena a aquel excelente magistrado que se llamo Don Juan de Torres y que todos recordamos, estoy seguro, como un extraordinario profesional, doctísimo jurista, cuya memoria está presente en todos quienes le tratamos no solamente por su competencia calidad como buen juez, sino además por ir acompañado de un preñado anecdotario jurídico de la mejor calidad, que hasta es muy posible que algún día tú mismo, Juan o cualesquiera otro compañero adornado de las dotes que te distinguen acometa para que no se pierdan estas perlas profesionales, que eso son, auténticas curiosidades, sabrosas bromas y veras de la ciencia jurídica (ridendo dicere verum), mismo título que el gran jurista alemán Rudolf von Jhering, el gran discípulo de Savigny, genial profesor de la universidad de Gotinga, al final de su magisterio, utilizara para una de sus más famosas obras jurídicas: Bromas y Veras en la Ciencia Jurídica, aunque a su pluma se debiera igualmente otra obra de esta naturaleza con el título de Jurisprudencia en broma y en serio.

Juan Camúñez no nos ha regalado esta perla, él ya viene ocupándose en LA TOGA de hacernos reír con su anecdotario de los tribunales sevillanos, en el libro de que nos ocupamos ha escogido otro personaje, fuente inagotable de anécdotas, su amigo y paisano Juan Torres, otro de los carismáticos sujetos que llenas la vida para solaz y contento de los demás y que Juan Camúñez ha sabido captar en toda su dimensión senequista y humana. He gozado las mieles y el deleite de leer, releer diría yo, Las cosas de Juan Torres, un libro escrito con el corazón a la memoria fiel del amigo, ausente y presente siempre, porque Juan Camúñez conoce aquel dicho popular tan manoseado e incluso copleado, que se atribuye a Platón, nada más y nada menos, y que dice que en el sendero de la amistad no hay que dejar que crezca la hierba. Este libro, como todos los que amo y distingo lo incorporo como Petrarca a mi biblioteca, “hic libero in armario meo est” y lo encierro como hacían los antiguos en arca de tres llaves para preservarlo de los hurtadores de libros.

He de decirte, caro compañero y amigo Juan, que yo tengo una personal inclinación hacia este tipo de libros, me refiero al tuyo sobre tu amigo Juan Torres y a otros muchos más de nuestro acerbo literario andaluz, porque en ellos aparece como bandera la esencia de lo nuestro, de nuestra Andalucía, encarnada en un personaje que como tu Juan Torres, “a quien se le encendía la mirada ante los verdes cascabeles –oro verde– que penden los olivos”, a quien “con el aliento quería alisar los trigales, y entre sus manos apresar el aire tibio del atardecer de los campos”, que se fijaba atento en “los andares garbosos de las burras” y que empleaba la contradicción, la paradoja, dejando ir al caballo en una pendiente, “déjalo ir”, cuando lo que quería expresar era exactamente lo contrario, lo que en definitiva no es sino una gran ironía, que me recuerda las tres marrulleras reglas de la gramática parda de los aldeanos, que tanto gustaba repetir a tu paisano, nuestro ilustre compañero en este Colegio de Sevilla, Don Francisco Rodríguez Marín: “Ver venir, dejarse ir y tenerse allá”. A todas estas manifestaciones populares del ser andaluz, del senequismo de los andaluces, si se quiere, que se plasman en los refrancillos y en los dichos del pueblo, tu paisano les llamaba “los evangelios chicos”, porque eso son, verdades como puños. Lo avala aquella expresión andaluza que oímos en nuestro pueblos, verdad es que cada vez menos, ¡Esto es tan cierto como que le he de dar cuenta a Dios!

Y es que Sevilla, siempre, querido Juan, fue así en estas lides literarias, de género a veces, si me apuras, picaresco, y que hacía tu amigo Juan Torres: orinarse por las noches en las macetas o en las plantas de la pensión para conseguir ver la desnudez de su vecina al filo de la veterinaria; el desenfado en ocasiones –“un pisotón histórico”– reo o alguna otra picardía de tal género –nmotecnia– que siempre rondaban por su cabeza. Este episodio de tu amigo me ha traído ya casi borrado por el tiempo, aquel otro de que fui protagonista con otros dos compañeros, a quienes no nombro porque ya no viven, en la antigua fonda Suiza, en la calle Carlos Cañal, ya no existe tampoco, en que convocados por uno de ellos, que era huésped de ella, también al filo de la medianoche, nos encaramábamos al altillo de un armario, reducido espacio de apenas treinta o cuarenta centímetros de hueco, para poder gozar del desnudo de las coristas del Teatro San Fernando, que paraban allí y a esa hora terminaban su última representación.

En fin, Juan, tu libro me recuerda muchas cosas. El Beneficiado de la iglesia sevillana de Santa Marina, nuestro Juan de Robles, en El culto sevillano nos dice que tuvo en sus manos un cartapacio de cuentecillos que procedían de la minerva del Padre Farfán, agustino que vivió en Sevilla por los años de 1631 en que Robles escribía, entre cuyos escritos chistosos se copiaba el manuscrito de Dichos graciosos españoles que poseyó el eminente erudito y bibliófilo Don Antonio Rodríguez Moñino. El licenciado Porras de las Cámara, supuesto autor de la Tía fingida, novela algún tiempo atribuida a Cervantes que no sólo escribió, copió o transcribió para su deudo el cardenal Don Pedro Niño de Guevara, cuando ocupó la sede hispalense, las delicias picarescas de Rinconete y Cortadillo, sino una Floresta de “chistes, prontitudes y ocurrencias por la mayor parte de hijos de vecinos de Sevilla y personas señaladas de aquel tiempo”, y alguien tan poco sospechoso como Juan de Mal-hara que es su Filosofía Vulgar, escrita en 1405, de quien dijo Menéndez y Pelayo que presintió el futuro advenimiento de esta ciencia en el preámbulo de esta obra, en que con gran discernimiento se patentiza el carácter espontáneo y precientífico del vulgo, de su sabiduría, –se hace eco del cuentecillo “el tocino del paraíso para el casado no arrepiso”, que fingían las viejas para que comieran de él los casados que no se arrepienten. Y tendríamos que hablar de otros picantes cuentecillos, como el del señor, el del cocinero , el de la grulla, el de la ventaja que tiene la mujer de poca estatura, el del flemático pasajero que se sienta a comer en plena tormenta, el de la esposa desobediente, el que moteja de judío o el chiste maloliente sobre perdices y mujeres. Rodrigo Caro, el ilustre utrerano, honra asimismo de la escuela sevillana, que ilustró los juegos de muchachos con su caudal de saber grecolatino. Fernán Caballero, que se ocupó de nuestras costumbres tradicionales, o la Sociedad del folklore Andaluz, a cuyo frente estuvo Demófilo –Don Antonio Machado Álvarez, padre de los dos grandes poetas Antonio y Manuel– Luis Montoto, letrado también de este Colegio, Antonio de Torre y Salvador –Micrófilo–, y, sobre todos ellos, sin olvidar a Juan de Arguijo (Cuentos, apud Sales españolas), el genio y la imponente figura de tu paisano Don Francisco Rodríguez Marín, letrado de nuestro Colegio durante veintidós años, con sus cuentecillos de tan sabrosa sustancia y pagada ironía; el cuentecillo de la hermana del Almirante, los cuentecillos portugueses, el cuento de las viudas alegres, el cuentecillo del arriero, el del paje loco, el de la herencia, el suyo propio ocurrido a él siendo estudiante de derecho en nuestra Universidad, y muchos otros plenos todos de la gracia y el salero propio de esta tierra bendita mil veces.

Todos con la impronta y el sello de la guasa, de la picardía y del encanto a la vez de las ocurrencias de tu Juan Torres. Y es que se podría decir mucho de tan gustosos géneros literarios, de su contenido, como de muchos libros curiosos, llenos de sal y de vida: Diálogo de la vida de los pajes de Palacio, la Miscelánea de Zapata, el libro de cuentos varios de Alonso de Villegas y Sebastián de Orozco, de que nos dio noticias Menéndez y Pelayo en sus Orígenes de la Novela, el que recopiló un fraile dominico sevillano a mediados del siglo XVI, Floreto de anécdotas, y un largo etcétera. No nos hagas esperar mucho para tener el placer de disfrutar de “Las Memorias de una mosca”, que conozco estás escribiendo y que espero unir a todas estas agudezas del ingenio en lugar muy preferente y principal.

De otra parte, querido Juan, tus cartas y las mías también, tienen la virtud de no abandonar, como abandonado está en la actualidad, un género literario, la cortesía epistolar, que tan en boga estuvo a finales del siglo XVI entre los escritores y que tiene su asiento en el “llagado de las telas del corazón”, que empleaba sistemáticamente el Caballero de la Triste Figura cuando se dirigía a su soberana y altísima señora Dulcinea del Toboso. Pero cartas, como tú me decías en una tuya de 15 de diciembre de 2000, con franqueo, no de e-mail, o como se diga tal estropicio del lenguaje, que ni tú ni yo vamos a aprender nunca porque nos falta la voluntad para ello, ni vamos a entrar en tamaño dislate.

Mi enhorabuena y repetida y sentida por Las cosas de Juan Torres, que me han resultado gratísimas, confortantes y amenas, que me han retrotraído también a otras lecturas, si no olvidadas, aparcadas al menos, entre los libros que llevo en mi corazón. Gracias te sean dadas, querido Juan, y mercedes recibas al ciento por uno, que esta es mi voluntad, compañera es este caso de mi agradecimiento. Y termino la lúcida expresión del Evangelio de San Mateo (XII, 34) y del de San Lucas (VI, 45), “ex abundantia cordis os loquitur”, recogida por el genio inmortal de Miguel de Cervantes en la Parte II. Cap. XII del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, ahora en su cuatricentenario, el libro más hermoso que ha salido del intelecto humano.

Cordiales abrazos de unus tuis, como Cicerón, el gran abogado nuestro compañero, gustaba despedirse de sus amigos sinceros y leales.

José Santos Torres

Abogado

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