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Los derechos humanos de cada día

Los derechos humanos de cada día

Los derechos humanos y la Carta de Derechos Humanos que los contiene, son referente de actuación política y social, pues establecen un marco de actuación basado en derechos mutuos y por tanto mutuas obligaciones. Pero también son un campo de trabajo permanente, no pocas veces incluso de batalla, para que lleguen a cumplirse.

Los derechos humanos parten de un pacto de renuncia por parte de los Estados a la arbitrariedad y por parte de cada persona a los privilegios frente a los demás. Se trata de una renuncia que no todo el mundo hace espontáneamente y que en tiempo de crisis es cuestionada. La avaricia, el ansia de poder, hace que muchas personas con privilegios se resistan a perderlos, y el miedo hace en no pocas ocasiones que las personas que nunca tuvieron privilegios, los defiendan y que nieguen los derechos a otras personas, por ser diferentes, olvidando que todos, de una forma o de otra, somos diferentes. De una manera o de otra todas las personas somos ciudadanas del mundo y a la vez inmigrantes en un mundo que cambia constantemente, nuevas en una tierra o en un contexto.

Es bueno tener presente que los beneficios de los derechos humanos están más que probados en nuestra historia. Los derechos humanos sin dejar de tener como referente a la persona individual, amplían la mirada hacia la pluralidad y la comunidad, nos permiten pasar de individuos a humanidad, y, aunque todo es mejorable, son la herramienta más útil para la igualdad, la justicia y la paz social.

No fueron fruto de la improvisación, sino de un trabajo laborioso, en el que tras el horror y la barbarie de la Segunda Guerra Mundial, la comunidad internacional decidió crear una carta de derechos que afianzara los valores que se habían defendido frente al fascismo y al nacismo. Se tuvieron en cuenta antecedentes relevantes como el La Carta Magna (1215, Inglaterra) que establecía que el rey también estaba sujeto a la ley; y La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (1789, Francia), en la que se reconocía la igualdad de todos los ciudadanos franceses ante la ley, aunque la mujer era ajena al texto y no se veía beneficiada por esos derechos.

La redacción de la carta de los derechos humanos se encargó a un comité compuesto por 18 países y presidido por una mujer, Eleanor Roosvelt.  La Carta fue redactada por el canadiense John Peters Humphre (gran jurista entre otras muchas cosas) que hizo el primer borrador, y también por el francés René Cassin (también gran jurista entre otras muchas cosas) que lo revisó. El texto final de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 fue el resultado de numerosos debates y consensos políticos, pues se buscó un acuerdo mayoritario. Ninguno de los 56 miembros de las Naciones Unidas votó en contra del texto, aunque Sudáfrica, Arabia Saudita y la Unión Soviética se abstuvieron.

Los derechos humanos contenidos en esa declaración nos dicen que no hay un solo ser humano igual que el otro, pero que a pesar de nuestras diferencias, todos tenemos la misma dignidad, el mismo valor, y por tanto los mismos derecho, con independencia de nuestro sexo u orientación sexual, con independencia de donde hayamos nacido, con independencia de nuestra riqueza económica y de cualquier otra circunstancia. Nos dicen también que debemos trabajar en común para garantizar esos derechos en la práctica, y que los Estados deben comprometerse para conseguirlo.

Los derechos humanos son esos que queremos que se apliquen cuando nuestra juventud emigra a otros países, esos que queremos que se apliquen cuando necesitamos recurrir a un procedimiento judicial, o cuando sufrimos una catástrofe natural o un conflicto armado, o cuando nuestra hija sufre un ataque machista, o cuando nuestro hijo sufre acoso en el colegio por ser homosexual o por otros motivos, o cuando nuestro padre o madre depende de la bondad de otras personas-frecuentemente extranjeras- para su cuidado diario. Los derechos humanos son lo que queremos que se nos apliquen a nosotros y a nuestras personas cercanas, pero  que solamente son factibles si se los reconocemos a las demás personas.

Los derechos humanos frente al miedo y al odio a las personas diferentes o con precariedad económica o social, plantean la solidaridad consciente. Frente al miedo y al odio a quienes trabajan por la igualdad y por tanto por la erradicación de privilegios, plantean la corresponsabilidad.

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