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La igualdad como poder

La igualdad como poder

Hablar sobre igualdad o mencionar a la igualdad o a la discriminación es algo frecuente en nuestra sociedad, pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de igualdad? ¿Y de qué nos sirve la igualdad?

Según nuestra Constitución, similar al respecto a las normas internacionales, la igualdad es un valor (artículo 1.1) que debe atravesar nuestra vida colectiva, un principio que debe atravesar la actuación de todas las administraciones públicas y al mismo tiempo es el derecho de cada ciudadano y ciudadana a ser igual ante la ley y por tanto en la aplicación de la ley (artículo 14); y en conexión con todo eso, la igualdad es el derecho a una igualdad material o real, que debe alcanzarse mediante el trabajo eficaz y firme de las administraciones públicas (artículo 9.2).

No basta con que se dicten normas no discriminatorias, sino que se han de adoptar medidas por los poderes públicos para conseguir la igualdad efectiva. Por eso no pocas veces para evitar estas desigualdades que existen en la realidad y llegar a una auténtica igualdad real puede ser preciso dictar normas aparentemente desigualitarias pero que están justificadas al ser necesarias para potenciar y compensar a ciertos sectores de población en situación de inferioridad económica, de oportunidades o social en general.

La importancia de la igualdad en la vida diaria de cada persona y de nuestra comunidad es tan grande que, sin el valor, el principio y el derecho formal y real a la igualdad, no tenemos la oportunidad de que se cumplan en la práctica el resto de los derechos que están recogidos en la constitución. Sin el concepto de igualdad asociado al de colectividad (dentro de la cual nos reconocemos mutuamente como iguales en derechos) y por tanto, al del bien común, es imposible llegar a la igualdad material o social, y sin esa igualdad real el resto de los derechos se ven seriamente comprometidos. ¿Qué dignidad puede tener una persona que está en una situación de inferioridad tan grande que las personas a su alrededor no la saludan siquiera sino que la excluyen hasta de las miradas, como las personas sin hogar? ¿qué libertad de elección puede tener una mujer que está en una situación de inferioridad tan grande cuando llega en una patera que solo se espera de ella que se prostituya?

Por el contrario, cuantas más personas respetamos la igualdad y actuamos de manera igualitaria, cuantas más administraciones públicas lejos de mostrarse autoritarias y arbitrarias, parten de un profundo sentido de servicio público con respecto hacia la igualdad y el compromiso de erradicar las discriminaciones, cuanto más se invierte en potenciar a cada ser humano y en que tenga oportunidades para desarrollarse, más cerca estamos de conseguir la igualdad material y, por tanto, de hacer efectivos el resto de los derechos fundamentales que consagra nuestra Constitución, al igual que la Carta de Derechos Humanos. Derechos necesarios para la paz social y la democracia.

Precisamente por todo eso, en mi opinión, la igualdad es un poder, un poder transformador, del que no debemos olvidarnos. Es cierto que no es fácil llevarlo a la práctica, sobre todo en las relaciones entre hombres y mujeres, porque el modelo dominante de poder, el que vemos a todas horas, es el autoritario y humillante del patriarcado. Pero ya tenemos muchos conocimientos feministas al alcance de buena parte de nuestra sociedad, y también modelos de carne y hueso que pueden servirnos de inspiración, algunos de ellos incluso de prestigio mundial, como la jueza estadounidense Ruth Joan Bader Ginsburg, que destacó especialmente por su lucha por la igualdad entre hombres y mujeres, y por su forma de hacerlo.

A través de la ley, a través del funcionamiento diligente de las administraciones públicas, a través de nuestra conducta diaria podemos ejercer el poder de la igualdad. Un poder que no se basa en someter ni en la arbitrariedad, que no se basa en disminuir a la persona que está delante, pero que tampoco se basa en aguantar y complacer, en agachar la cabeza para evitar conflictos y sobrevivir, sino que es reivindicativo.

El poder de la igualdad, tiene, en mi opinión, algo de veneno, es un poder que escuece a quién lo usa y a quién participa de alguna manera de su acción o efecto, porque pone en evidencia las necesidades de mejora, ajenas y propias, sin caer en la violencia, pero con contundencia, tomando el espacio y la palabra, a través de la igualdad. Porque la igualdad también es poder, la forma de poder que necesitamos para sanar y avanzar como sociedad.

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