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Dura Lex, Sed Lex

Ha sucedido. No es producto de mi invención. Lo sé de buena tinta.

En un psiquiátrico de Sevilla permanecía desde hace años ingresado un hombre al que se le habían cambiado los cables, cosa que sucede con más frecuencia de la que muchos imaginan. En realidad, todos tenemos alguna pila fundida, alguna derivación a tierra, algún circuito lesionado. Nuestro hombre, debidamente medicinado y atendido, vegetaba por las estancias y jardines del psiquiátrico y echaba el día felizmente, aunque su mirada estuviese perdida en no se sabe donde..

Lo único que hacía en su deambular por el establecimiento era fumar. Fumar sin descanso, compulsivamente. Eso le tenía totalmente calmado. Su familia, a la hora de la visita, procuraba allegarle los cartones necesarios para que nunca le faltase el tabaco…Y él fumaba, fumaba sin cesar, consiguiendo así encontrarse feliz entre aquellas cuatro paredes.

Un día, sin avisar, los enfermeros entraron a saco en su habitación, y a su vista y paciencia requisaron todos los cigarrillos que encontraron. Ante su estupor, le explicaron que una nueva ley prohibía fumar en los establecimientos sanitarios.

Ese día, este nuestro hombre, que con su tabaco permanecía más cuerdo que loco, se volvió loco. Sin posibilidad de obtener siquiera fuese un cigarrillo, esperó la complicidad de la noche, y como pudo, saltó la tapia que durante años había abrigado su existir. Sin saber a donde ir, ignorante del paradero de su familia, terminó acurrucado en el portal de una casa. El frío, al principio, le hacía tiritar impidiéndole dormir. Pero pasado un rato, sintió que ya no lo sentía. Allí quedó, en el portal, placidamente dormido, dormido para siempre.

“Dura lex, sed lex”… Siento, siempre he sentido abominación por este brocardo, pues la norma no está ordenada hacia la represión, sino que busca o debe buscar la justicia, la apacible y ordenada convivencia del hombre (me refiero al género humano, sin excluir a la mujer). No se nos oculta que en su aplicación concreta, la meta perseguida del bien común puede significar sacrificios de intereses particulares. Pero en esta aplicación, la ley ha de ser dulcificada (algunos dirían edulcorada) con la equidad.

En el ejercicio de esta mi noble profesión, me guió siempre el escrupuloso respeto a la ley, como regulación dirigida a un universo de personas y a un caleidoscópico conjunto de situaciones. Pero nunca dudé, cuando su rigor chocaba con la justicia, en defender su no aplicación al caso concreto, sobre todo cuando de esta exención nadie podría resultar perjudicado.

Esta ley antitabaco, como todas las leyes, en el terreno de los principios, se orienta hacia el bien común. El tabaco perjudica la salud. Los poderes públicos, democráticamente elegidos, han decidido poner trabas a su consumo, aunque de su consumo obtienen pingües beneficios.

Pero la historia que hoy os cuento, -verídica, como diría el humorista ausente- chorrea sangre. Fue injusto prohibir a ese pobre loco que, con las limitaciones de tiempo y lugar que se arbitraren, pudiera seguir disfrutando del único placer que la vida le brindaba. La “dura lex”, para mi personaje real, fue una pena de muerte injustamente infligida.

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