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Anécdotas de toreros andaluces (I)

Quizás los ecologistas tengan razón, cuando nos hacen reflexionar sobre las corridas de toros. Quizás Eugenio Noel, Manuel Vicent, Julio Caro Baroja o Luis Solana tengan razón. Pero me quedo con las contradicciones de Gala cuando nos relata las hermosas palabras que dedicó Abderraman a la hermosa Azahara y ahora yo dedico al planeta cultural de los toros:

“No la amo porque sus labios sean dulces, ni brillantes sus ojos, ni sus párpados suaves; no la amo porque entre sus dedos salte mi gozo y juegue como juegan los días con la esperanza; no la amo porque al mirarla sienta en la garganta el agua y al mismo tiempo una sed insaciable; la amo, sencillamente, porque no puedo hacer otra cosa que amarla. Si yo pudiese mandar en mi amor, quizá no la querría, pero a tanto no llega mi poder”.

Antonio Montes

Antonio Montes vivía en la calle Pureza núm. 63. Antonio Montes Vico, diestro sevillano y trianero cuyo biografía casi queda plasmada en su azulejo y que no fue muy conocido por el gran público, fue un referente para Juan Belmonte. Se da la peculiaridad de que tenía una gran sordera lo que lo abstraía de cualquier distracción del público y aumentaba su gran concentración en la lidia. Al diestro trianero esta dedicado un azulejo que dice:

En memoria del matador de toros Antonio Montes nacido en esta Calle de pureza el 20-xii-1876 y muerto por un toro en méjico a los 30 años de edad, inspirador de romances e inmortal como El Espartero, Joselito o Gitanillo, fue el ídolo de Juan Belmonte y uno de los grandes diestros de su época.

Tuvo la doble desgracia de morir y de ser accidentalmente incinerado por un incendio que se produjo en su velatorio.

Juan Belmonte

Juan Belmonte, el Pasmo de Triana, nace curiosamente en el num. 72 de la calle Feria, el 14 de Abril de 1892.

En 1919 fue el torero que más actuó con 109 corridas. Evidentemente estamos hablando de una temporada taurina que dura pocos meses y donde los medios de comunicación no son los actuales.

Hasta 1972 Sevilla no le dedicó un monumento, obra de Venancio Blanco, en la Plaza del Altozano. Está enterrado en el cementerio de San Fernando, en un panteón de mármol negro de estilo modernista.

El siguiente hecho muestra el talante de Belmonte sobre la presidencia:

«Una tarde en que Juan Belmonte no toreaba, subió al palco de la presidencia, acompañado de su amigo, para presenciar la corrida desde allí. Al entrar en el palco el presidente, a la postre Gobernador Civil, le saludó con cariño y les dio los mejores asientos. Cada vez que el presidente se dirigía a él lo hacía con el tratamiento de “don Juan”. El amigo de Belmonte no comprendía bien todo aquel comportamiento del presidente. Cuando acabó la corrida le preguntó a Juan la razón, y Belmonte respondió:

— Es que fue un antiguo picador mío.

— ¿y cómo ha llegado de simple picador a presidente y gobernador?

Belmonte, con su típica ironía, contestó:

— Pues ya ves, degenerando».

Joaquín Rodríguez Ortega, Cagancho

Joaquín Rodríguez Ortega, Cagancho, nace en Triana el 17 de Febrero de 1907. Curiosamente murió en Méjico como su paisano y vecino Antonio Montes, pero por muerte natural. No existe el más mínimo recuerdo monumental de él en Sevilla.

Ni siquiera los más grandes nombres se libran de los arrestos. El caso más curioso es el de Joaquín Rodríguez Cagancho, que en uno de los peores momentos de su carrera quiso ausentarse de una corrida en Ciudad Real, el 7 de julio de 1942. Presentó el parte facultativo. El diestro alega encontrarse indispuesto pero su trampa es descubierta ya que, ese mismo día y lejos de esconderse, Rodríguez acude al campo del Betis a presenciar un partido de fútbol. Sancionado con una multa económica, no se le permitió torear en ninguna plaza manchega en los siguientes tres años.

La frase «has quedado como Cagancho en Almagro», que otros dicen en Las Ventas, forma parte de la cultura popular. Y el caballo más importante del mundo de la tauromaquia lleva su nombre, en honor a este magnífico y singular torero.

Curro Romero

Curro Romero ha estado intrínsecamente unido al Domingo de Resurrección… y lo sigue estando hoy día… Los orfebres hermanos Delgado López, en los impresionantes respiraderos del paso palio de Ntra. Sra. de la Aurora de la Hermandad del Resucitado, colocaron al frente del paso a un evangelista con unos evangelios en blanco, en una de cuyas hojas aparece el nombre de Curro y en la otra el apellido Romero. Fue una genialidad dejar inmortalizado en plata al Faraón de Camas en una obra que procesiona en la mañana del Domingo de Resurreción, cuando por la tarde siempre toreaba Don Francisco Romero López.

Montoya, el autor de El patio de ABC, le pregunto a Curro que si se mantenía tan bien de forma porque corría habitualmente los 10 Km. marcha. Curro le contestó que se mantenía así de bien precisamente por no hacerlo.

A un empleado lo echaron porque se peleaba con la clientela de la empresa defendiendo con carácter y vehemencia a Curro, pero el TSJA lo eximió; ser currista es una eximente:

«El sentimiento currista es indudable y notoriamente altruista en favor del diestro, arraigado y profundo como el que más, creador de una ilusión permanente, de una esperanza incondicional y de una forma de entender la vida».

Enrique Vargas, Minuto

Enrique Vargas, Minuto nace en Sevilla el 21 de Diciembre de 1870. Tuvo una dilatada vida taurina y curiosamente es el único torero de la historia que ha matado un toro en la misma puerta de su casa, al desmandarse uno que iba al matadero, dándole muerte en la antigua calle Compás de la Laguna. No existe el más mínimo recuerdo monumental de él en Sevilla.

Otro torero (Victoriano de la Serna) hizo en Madrid lo mismo cerca de la Puerta del Sol y le dieron la medalla de la beneficencia. (Cosas del centralismo).

Rafael Gómez Ortega

Rafael Gómez Ortega, “El Gallo”. Madrid, 18 de julio de 1882. Afincado en Sevilla.

En una ocasión que iba a torear en una plaza de Andalucía Rafael El Gallo le pidió a un amigo que le buscara una pensión apartada, para no tener que soportar a la gente. Eso si, le pidió que fuera limpia.

Cuando llegó se encontró en la cama una chinche; el fondista le aclaró que estaba muerta.

A la mañana siguiente le preguntó el dueño de la pensión si había pasado buena noche y si le había molestado algún insecto.

Rafael le contestó «la chinche muerta no me ha molestao, pero las que han venido al entierro se han cebao conmigo».

Acababan de celebrarse las corridas de la feria de Córdoba. Rafael El Gallo regresaba en el tren a Sevilla. Durante el trayecto, en el pasillo del coche-vagón tropezó con un amigo que, desde Madrid, se dirigía también a Sevilla.

Tras saludarse efusivamente, recayó la conversación sobre las corridas de Córdoba. Fue el amigo preguntando al Gallo por la actuación de todos los diestros que en ellas tomaron parte, así como el juego que había dado el ganado. Al fin le dijo:

— Y tú, ¿qué tal has estado? ¿Qué opinaba el público de tu actuación? A lo que el Gallo contestó con seguridad:

— Pues mira, de mí sólo sé decirte que las opiniones quedaron divididas.

— ¿Entre tú y el “Bomba”? – preguntó el amigo.

— No –respondió Rafael–. Que unos se metían con mi madre y otros con mi padre.

Rafael El Gallo dilapidaba su dinero. No era extraño que cogiera taxis e indicara que a Paris. ¿a la calle Paris?, le preguntaban los taxistas. No a Paris de La France, decía el Gallo.

En sus últimos tiempos le tuvieron que hacer una corrida homenaje y le preguntaron a Juan Belmonte que como debían entregarle el dinero, si anual o mensualmente. Belmonte contestó que ni siquiera semanalmente, que a diario y a ser posible la mitad por la mañana y la otra mitad por la tarde.

Las reacciones de los públicos presentes en una plaza de toros son muy dispares y en ellas influyen una gran cantidad de factores: las faenas, el tiempo, el ganado… Por ello, a menudo se producen grandes manifestaciones de fervor popular en una plaza, tanto a favor como en contra.

En esta ocasión, pasamos a relatar una anécdota sucedida a Rafael Gómez El Gallo en Valladolid. Antiguamente, se tenía por práctica habitual anunciar seis toros para dos toreros.

Habiendo matado El Gallo el primero de su lote, no había tenido el ilustre torero mucha suerte y su actuación había sido más bien gris. En esto que un espectador comenzó a increparle duramente a la muerte del toro y gritaba:

– A la cárcel, a la cárcel con El Gallo.

A lo que Rafael, consciente de que aún le quedaban dos toros encerrados, respondió:

– A la cárcel… ¡qué más quisiese yo con lo que me queda ahí dentro!

Terminó de torear en La Coruña e inmediatamente exclamó: «Ya estamos en Sevilla». Alguién le replicó: «pues no está lejos Sevilla», ante lo que el torero sentenció: Sevilla está donde tiene que está, lo que está lejo es La Coruña…

Lagartijo

«¡Mardita sea la vaca que te parió!», dijo Rafael Molina (Lagartijo) cuando vio salir de los chiqueros a Cucharero, de don Anastasio Martín. Corrido en la plaza de toros de Málaga el 03-06-1877, tenía una masa corporal -¡una jechura!-, alzada y cornamenta impresionante. Para dar idea de su enorme alzada, bastará decir que sobresalía más de una cuarta por el lomo de los restantes toros con él encerrados en los corrales; otro detalle en verdad alucinante para los lidiadores: una de las veces que, durante su lidia, se acercó a la barrera comenzó a rascarse la barba sobre el filo de las tablas, ¡sin levantar la cabeza! Supóngase lo que serían los cuernos proporcionados al tamaño del cuerpo, a más de afiladísimos, como hechos a lima y formón.

Cucharero –hermano en la corrida de Cigarrero, que tomó 18 varas-, tomó 10 varas y los picadores no consiguieron hacerle sangre; el piquero Calderón (hijo) sufrió en una caída la fractura de la clavícula izquierda; en otro tumbo, Juan Fernández fue a parar de cabeza al callejón, mientras el temible animal, sin esfuerzo, se entretenía en sostener con sus cuernos al caballo, balanceándole cual leve pluma. Los banderilleros Antón y Juan Molina sólo lograron ponerle cada uno medio par; así es que en el último tercio estaba el terrible Cucharero tan dueño de su poder como cuando salió del toril. Ante tan tremebunda estampa Lagartijo, que era el espada encargado de estoquearle, a pesar de todos sus enormes recursos, no pudo dominar su miedo durante los dos primeros tercios; tocan a matar, y allá va el maestro cordobés rodeado de sus fieles Mariano Antón y el Gallo, y sin darle un solo pase, corriendo de un lado para otro, siempre a considerable distancia de Cucharero, al cabo de media hora -condescendencia que prueba el inmenso prestigio que disfrutaba Lagartijo- pudo acabar con aquel torazo, uno de los mayores que se han visto en las plazas de toros. Su cabeza, mandada cortar por el gran torero, pesó 101 kilos. En su casa de Córdoba la tenía Rafael Molina, y las madrugadas en las que llegaba a acostarse un tanto cargado de vino, armado de un bastón, descargaba su furia alcohólica sobre la inofensiva cabeza de Cucharero, acordándose del pánico pasado ante ella la tarde malagueña inolvidable para el maestro y para los aficionados.

Cuando enviudó Lagartijo le reclamaron los parientes de su mujer los gananciales, y se fue a Madrid a consultar con su amigo y gran aficionado el notable jurisconsulto Don Manuel Alonso Martínez, y este le dijo:

– Sí, es duro, pero yo lo he hecho y es legal.

– De modo y manera Don Manué -replicó Lagartijo- que, mi suegro en el tendido y yo en el redondel, hemos toreado a medias o al alimón…

El Tato

El Tato nació en febrero de 1831 en el barrio de San Bernardo y murió en febrero de 1895. Corrida el 7 de junio de 1869 en Madrid con Lagartijo y Frascuelo para solemnizar la promulgación de la Constitución. El cuarto toro de la tarde, de nombre “Peregrino” de Vicente Martinez Castaño, coge al Tato al entrar a matar. Le da una “corná” de 4 centímetros de longitud por tres de profundidad en el tercio superior de la pierna derecha. Se comentó entonces que el toro tenía sangre del caballo en el cuerno y que un virus infectó la herida. El lunes 14 de junio le amputaron la pierna. El torero encargó una pierna artificial y volvió a torear el 14 de agosto de 1871. Toreó en Badajoz, Valencia y Sevilla.

Su pierna estuvo expuesta en una farmacia de Madrid, hasta que ardió la farmacia.

La gente lo trataba como un héroe. Parece que de él se cuentan las dos siguientes anécdotas:

Tuvo graves problemas económicos y le hicieron un homenaje en Sevilla. Salió a dar dos o tres lances. Tan bien lo hizo que se animó a poner banderillas. Se fue al centro de la plaza y el toro no le hizo mucho caso.

Citó de nuevo al toro gritando, pero el toro iba a lo suyo. Pegó un pequeño saltito pero nada. Pegó un salto más grande, con la mala suerte de que un pequeño pincho que llevaba en la pierna ortopédica se le clavó en la arena.

El toro… hizo por él.

El Tato no se descompuso. Gritó, puso al toro la palma de la mano y le gritó nuevamente: Soo Toro que te vas a harta.

En otra ocasión ocupaba el Tato una plaza en el callejón. pero había mucha gente cuando de pronto saltó el toro.

La gente empezó a gritar: el cojo …que coge el toro al cojo…cuando el Tato se giró para los tendidos y les dijo:

«Coño, dejad al toro tranquilo, que coja a quien quiera; no comerle er coco ar toro»

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