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1808 Un pueblo es libre desde el momento en que quiere serlo

La Revolución Francesa, al llevar a la guillotina a Luis XVI, derribó los cimientos en que se asentaba el viejo edificio político de las monarquías absolutas.

Los acontecimientos se precipitaron: el Miedo propicia la delación y la venganza, el “Tercer Estado” (exaltado por el abate Sieyès) (1) convive con los “sans culottes”, con campesinos empobrecidos y menestrales venidos a París y Marsella, que elevan hoces y picas al tiempo que exigen Igualdad (2).

Una burguesía emergente –artesanos, comerciantes, abogados– se reconoce legítima depositaria del Poder, y, proclamados los “Derechos del Hombre y del Ciudadano” (1789), la Constitución será la estructura esencial del Nuevo Orden.

Entre el caos y el enfrentamiento (girondinos frente a jacobinos), los diputados elegidos para la Asamblea Constituyente promulgan leyes, dictan decretos, anulan privilegios y secularizan la vida: el clero tiene que optar entre la fidelidad a la República o el exilio, e, incluso, la muerte. El territorio nacional está acosado por los Estados vecinos –entre ellos, España– temerosos de que el espíritu revolucionario contamine a sus súbditos…

Sin embargo la penetración ideológica es ya un hecho imparable que tiene su precedente en la Ilustración y sus representantes: Voltaire, Diderot, Mirabeau, D’Alembert y la Enciclopedia. En los albores de la Revolución Francesa se formulan reivindicaciones más inmediatas. Robespierre –un abogado venido de Arras– eleva la Razón al altar de la divinidad, hace rodar cabezas con voluntad insaciable y él mismo subirá al cadalso (1794). Todos sospechan de todos. Es el reino del Terror (3).

Los Bonaparte

Un joven artillero, salido de la Academia militar de Brienne, ha cercado, con éxito, el puerto de Tolón en que se hacía fuerte la flota inglesa. Su nombre: Napoleón Bonaparte (Córcega, 1769). El Directorio reclama su espada y le nombra comandante de París. En consecuencia, emplaza los cañones frente a la masa de levantiscos, que huyen apresuradamente… Es ya general, y con tal grado, se le encomienda la campaña de Italia: cruza Los Alpes, erige repúblicas cisalpinas y ciudades feudatarias y su ambición le lleva al pie de las Pirámides para volver –como los antiguos caudillos romanos– colmado de laureles.

José Napoleón (Córcega, 1768), el hermano mayor, estudió Derecho en la Universidad de Pisa y ejerció brevemente la abogacía. Presta servicios en la administración de la isla y consigue ser diputado, trasladándose a París. El “18 de Brumario” –noviembre de 1799– une su destino al de Napoleón Bonaparte, que le tendrá disponible a medida que el ascenso de éste es fulgurante: consulado, primer cónsul vitalicio, emperador…

José, hombre culto, conoce El Príncipe, de Maquiavelo, ha leído Corinne, de Madame de Staël, Pablo y Virginia (Bernardino Saint-Pierre) y no le era ajena la obra del Marqués de Sade (1740-1814), más profunda e interesante en su dimensión política (La Philosophie dans le boudoir) que el discurso libertino de sus novelas (4)

Frecuenta José los clubes republicanos y literarios y se acomoda con complacencia a la vida burguesa, lo que parece ser una secuencia en los cambios de régimen político.

Pasan los años y los acontecimientos. Napoleón, ya emperador por adhesión plebiscitaria del pueblo francés, ofrece a su hermano el reino de Nápoles (en el que, ciertamente, habían ocupado el trono príncipes españoles) y el antiguo abogado revolucionario se entrega (1806-1808) a la empresa de modernizar las estructuras del país a través de un Estado liberal y tolerante.

De republicano a Rey

Afirma el historiador Manuel Moreno Alonso en un ensayo riguroso, exhaustivo (5) sobre la figura de José Bonaparte, cuyas pautas seguimos en estas reflexiones. Apoyado en abundante documentación y bibliografía –con referencia concreta a ediciones y páginas consultadas– es obligado resaltar la citada obra del profesor de la Universidad Hispalense; de imprescindible lectura, en estos días en que los anaqueles de las librerías están colmados de publicaciones sobre la Guerra de la Independencia.

Capítulo importante en la Historia de España lo ocupan las jornadas de Bayona, a las que , por voluntad de Napoleón, fueron convocados próceres del reino, alto clero y ciudadanos eminentes que terminaron por asumir la Ley Fundamental de la nueva monarquía que proclamaba “por la gracia de Dios y por la Constitución del Estado” a José Napoleón I rey de España y de las Indias, y lo hacía bajo la fórmula de haberlo decretado como “base del pacto” que une a los pueblos con la Corona…

El texto de Bayona ha suscitado dudas sobre su naturaleza –¿Constitución o Carta Otorgada?– y por esta segunda calificación se inclina Sanz Cid, pues se trataba –afirma– de “establecer el régimen que, adoptando las formas y apariencias constitucionales, fuese propio para una enérgica y eficaz acción administrativa, muy del carácter del emperador (6). Este mismo autor, en sus comentarios al texto definitivo, concluye que “es el Rey José, de su sola autoridad, quien decreta el estatuto”.

En Bayona se escenifican los últimos actos de lo que el profesor Artola ha llamado “la mascarada” y, en efecto, el rey Carlos IV pacta con Napoleón, concediéndole los derechos al trono del viejo imperio español. Y Bonaparte, a su vez, oída la Junta de Estado y el Consejo de Castilla”… decide, “poniendo fin al interregno”, proclamar a su hermano José, rey de las Españas y las Indias… Este acepta el trono, cesando en el de Nápoles, y lo hace cuando ya sus hermanos Luis y Jerónimo han rechazado la oferta.

Instalado en Madrid, José Napoleón nombra su primer gobierno con personajes de evidente reputación y valía: Mariano Luis de Urquijo, Ceballos, Azanza, O’Farrill, Cabarrús, Piñuela, Nazarredo y Melchor Gaspar de Jovellanos, que no acepta, en carta de extremada corrección, aunque de manifiesta intención de ponerse al lado de los patriotas (7).

El rey José, liberal, moderado y constitucional, tenía un programa que se circunscribía a la defensa de la integridad territorial, la independencia de España y las necesarias reformas políticas y sociales. Intenciones plausibles, aunque ineficaces en el panorama bélico del país y la fragmentación del Estado: Junta Central, Cortes de Cádiz, Regencia, virreinatos de los generales franceses, acoso de las guerrillas…

¡España doliente que no encontraba su común destino como Nación!

“Monarquía nueva de carácter republicano”, afirma Moreno Alonso –de la que era titular José I, de probada “experiencia constitucionalista”… que se había dotado de un acertado instrumento jurídico: la aludida Constitución (?) de Bayona, firmada fuera de España por españoles que, pronto en número creciente volverían la espalda al rey impuesto…

¡Cuán distinta hubiese sido la suerte de España si José Napoleón hubiese podido reinar en un pueblo no sometido al a encrucijada de intereses políticos y sociales! En su ánimo la pacificación del país, el limitar la depredación de los mariscales franceses y la ambición monetarista del Emperador, su hermano, siempre amenazante con la anexión a Francia de los territorios situados por encima del Ebro.

Contrariamente a la realidad, se guardaba en el archivo del Gobierno y en las páginas de la Gaceta Oficial, un texto que, como el de Bayona (146 artículos) suprimía las jurisdicciones especiales, establecía jueces independientes nombrados por el Rey, en cuyo nombre se administra la Justicia, reconocía el indulto (“derecho a perdonar”. art. 112), protege la inviolabilidad del domicilio (art. 126), abolía el tormento (art. 133) y proscribía los privilegios, unificando en un solo Código de Leyes Civiles y criminales (art. 96) la abundante compilación de decretos, pragmáticas, reales disposiciones y fueros –aún persistentes en la Novísima Recopilación. Cierto que, como hiciera años después la Constitución de Cádiz de 1812, aplazó sabiamente la instauración del jurado y declara la uniformidad legal en materia mercantil… Liberación de los opresores vínculos sobre la tierra y prudencia al proclamar la Religión Católica como la propia del Rey de los españoles, prohibiéndose el ejercicio de cualquier otra… El Senado tendría dos Comisiones importantes; la que velaría por la legalidad que ha de observarse en las prisiones gubernativas (en el supuesto de delitos de conspiración contra el Estado. art. 134) y la que lo haría por la libertad de imprenta. Finalmente se recoge una aspiración de la burguesía, que era la de no poder exigirse la calidad de nobleza para los empleos civiles, eclesiásticos y militares que, como se sabe, eran una lacra de las estructuras del Antiguo Régimen. Solamente, los servicios y los talentos serán los únicos que rijan los ascensos.

Aparecen referencias al habeas corpus (art. 130), derecho de comunicación de los detenidos (art. 131) y detenciones arbitrarias…

¡Todo un elenco de derechos fundamentales del ser humano!

A pesar de su personalidad y actuación liberal, el rey José –protector de las Artes (Goya fue su pintor de cámara), de impulsar reformas urbanísticas (ensanchando espacios por razones de salubridad) y de la enseñanza, creación de liceos y mejoramiento del Jardín Botánico (8), fue motejado como rey plazuelas y sus caricaturas corrían en hojas clandestinas…

El heroico pueblo español seguía añorando al Deseado, rey total, absoluto, cobarde y vengativo. A su regreso del confortable confinamiento en los castillos franceses, Fernando VII se entregó a la cruel represión de afrancesados y de liberales.

Bailén (1808) precipitó los acontecimientos de la España del rey José. Batalla de Vitoria, huída con los furgones cargados de obras de arte, joyas y documentos, 12.000 españoles camino del exilio… José Napoleón conoce el ocaso de su breve reinado y, seguramente, sus recuerdos volarían a tiempos más felices en Nápoles y a los amores furtivos.

El sueño americano

El Emperador Napoleón –según relata el Conde de Las Cases– lamentaba no haber embarcado para América (9).

José Napoleón que, como otros franceses de la época, estaba atraído por la Utopía del Nuevo Continente (10), llegó a Filadelfia (la ciudad de los cuáqueros, laboratorio también de experimentos penitenciarios), donde vivía amparado en un título nobiliario, hasta regresar a Europa durante el reinado de Luis Felipe e instalarse definitivamente en Florencia.

Allí le visita la muerte en 1844.

Las islas

Córcega, en lucha para defender su independencia bajo la bandera del general Paoli, vio nacer a los Bonaparte. El primer destierro de fue a la isla de Elba, de la que se le reconoce Soberano y allí recibe la visita de la condesa polaca María Waleska y del hijo de ambos. Su espíritu, su Destino le impide confinarse en espacio tan reducido, desde el que divisaba las costas de Italia… Quebranta el castigo y en un viejo brick al mando de mil soldados (polacos, granaderos y cazadores corsos), ancla en las costas de Francia.

Otra isla, la definitiva: el peñasco de Santa Elena, perdido en la inmensidad del Atlántico. Se había entregado a la generosidad del pueblo inglés, su mayor enemigo. Vive contemplando el mar (11), cabalgando por las llanuras de Longwood, apartado de la rencillas de los mariscales de su pequeña corte y mal atendido por el corso Antommarchi, supuesto médico y asediado por el temor de ser envenenado. Un único consuelo: las charlas con una joven inglesa Betzy Balcombe, a quien entrega, como recuerdo, un mechón de su cabello.

Napoleón fue el único teórico del bonapartismo (12), que en 1821, con la muerte del Emperador, se convierte en un mito… (13).

Junto al enorme mausoleo de los Inválidos, que atesora los restos del emperador, otra tumba recuerda que en ella yace “Joseph I, roi de l’Espagne”. De nuevo, los hermanos José y Napoleón se aproximan en un espacio de silencio, pequeña “isla” de los Muertos.

NOTAS

1. ¿Qué es el tercer estado?. Edit. Aguilar 1973

2. En 1791 la activista revolucionaria Olympe de Gouges publicó una “Declaración de las Mujeres y de las Ciudadanas”, verdadera Carta Magna del Feminismo.

3. “Se trata menos de castigar a los enemigos de la Revolución que de aniquilarlos (Albert Soboul: La Revolución Francesa”. Oikos 1981. Un giro notable –dentro de la marea de sangre– fue la desaparición del Tribunal Revolucionario (1795) y la ejecución del implacable fiscal Antoine Fouquier-Tinville (La Revolución Francesa, 1789-1799). Peter McPhee. 2000)

4. Sade: Una inocencia salvaje. Jean Jacques Pauvert. Tusquet 1989.

5. José Bonaparte: un rey republicado en el trono de España. Manuel Moreno Alonso. Edit. Esfera de los libros. 2008.

6. La Constitución de Bayona. Carlos Sanz Cid. Edit. Reus, 1922. Los autores del proyecto no dieron importancia al título, pues se sugirieron varios: Constitución de España e Indias, Leyes Fundamentales de la Monarquía española regernerada por Napoleón el Grande…

7. Aporta datos y reflexiones acertadas sobre el tema del colaboracionismo, la obra Los afrancesados (Miguel Artola. Edit. Turner, 1976), así como el estudio de Hans Juretschke, Los afrancesados en la Guerra de la Independencia, Rialp, 1962. Sostiene este autor que “José I se aviene, en 1811, a la Convocatoria de una Asamblea Constituyente, ya que la Constitución de Bayona es sólo provisional y que la definitiva debe nacer de unas Cortes” con representantes de toda España y la cooperación efectiva de los diputados de Cádiz… lo que pone de manifiesto el deseo del rey José de renovar las estructuras políticas del país en un proyecto integrador.

8. La Corona española había impulsado expediciones científicas a América. Famosa ha sido la de los marinos Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1735), cuyas observaciones recogieron en las Noticias secretas de América. Edición facsímil. Turner

Y no menos importante fue la singladura de Alejandro Malaspina, que partió de Cádiz (30 de julio de 1789) al mando de dos corbetas, acompañado de matemáticos, naturalistas, botánicos y de los imprescindibles instrumentos de Astronomía y libros de ciencia, tal como refiere Andrés Muriel en su “Historia de Carlos IV”. BAE. 1959

9. Memorial de Napoleón en Santa Elena. Conde de Las Cases. Fondo de Cultura Económica, 2003

10. En 1835, el conde Alexis de Tocqueville publicó su magna obra La democracia en América; que recorre aspectos institucionales y políticos, costumbres, ideas y sentimientos democráticos. Desde el origen de la Nueva Sociedad, el político y aristócrata francés quedó prendado por el dogma de la soberanía, que “salió de la comuna y se apoderó del gobierno”… Auténtica revolución que precedió a las que, en Europa, derrumbaron las monarquías absolutas.

11. Tenía por custodio al océano, “grande como él y como él invencible”, exclama Lermontov.

12. Frederic Blanche: El bonapartismo. Fondo de Cultura Económica, 1984

13. Napoleón fue enterrado en el Valle de los Geranios, al pie de unos sauces… El gobernador de la isla, Hudson Lowe, discutió con los franceses sobre la inscripción funeraria y, finalmente, la tumba quedó sin nombre (Vida de Napoleón. Dimitri Merejkovsky. Edit. Espasa, 1957).

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