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Un caso reciente y otro antiguo

No son pocos los compañeros que…

No son pocos los compañeros que, en amigables charlas, me han expresado su asombro -a veces, rayano en la admiración- por el elevado número de anécdotas judiciales que componen mi repertorio (aprovecho para avisar que éste no es inagotable y me temo que día llegará, confío en que lejano, en que de este venero no mane más agua). Pero lo que produce pasmo a mis amables colegas no tiene especial mérito, porque, naturalmente, la mayoría de los episodios que transmito a los lectores me han sido, a su vez, transmitidos por deferentes compañeros, sabedores de mi propensión a archivar en la memoria los sucedidos jocosos o simplemente curiosos que esmaltan el quehacer diario de la administración de Justicia.

Ejemplo cabal de lo que acabo de decir va a ser la presente página. En ella me propongo relatar un caso reciente y otro antiguo, de los que me han dado traslado sendos compañeros. Lean, si les peta hacerme esta merced.

El caso reciente lo es tanto que aún está fresco. Me lo cuenta su protagonista, un joven letrado que no se recata de reírse de sí mismo, lo que revela que está en posesión de un benéfico sentido del humor. Resulta que a finales de julio del presente año recibió, a través de su procurador, una providencia de un Juzgado de lo Contencioso-administrativo en la que se señalaba la celebración de vista para el día 20 de septiembre, a las 12,15 horas, en la Sala de Vistas número 19, sita en la 6ª planta del Edificio Viapol. El abogado anotó este señalamiento en su agenda y se dispuso a disfrutar sus vacaciones agosteñas libre de agobios.

Reincorporado al despacho e inmerso de nuevo en la vorágine de las obligaciones profesionales, unos días antes del señalado para la indicada vista se dedicó a la concienzuda preparación de la misma. Y el día 20 de septiembre, media hora antes de la señalada, este responsable profesional ya estaba ante la Sala número 19, que encontró cerrada y sin presentar señales de que allí se estuviera celebrando acto procesal alguno. Tal ausencia de actividad le llevó a pensar que acaso su señalamiento fuera el primero del día. Quiso aprovechar aquel tiempo muerto para acudir a la Secretaría del Juzgado y comprobar si la Administración demandada había remitido el expediente administrativo.

Cuando indicó a una funcionaria su propósito de examinar aquellos autos, cuya vista estaba señalada para las 12,15, aquélla mostró su sorpresa:

– Está usted equivocado; hoy no hay señalada ninguna vista.

– Me parece que es usted la que está equivocada; aquí tiene la providencia que señala la vista para el día 20 de septiembre, a las 12,15 horas -replicó el letrado, mostrándole el proveído.

La joven funcionaria, tras examinar el documento, prorrumpió en una sonora carcajada.

– Sí, claro, se señala la vista para el 20 de septiembre, pero … ¡del año 2007!

Turbado por su despiste y azarado por el regocijo de la jovencita, el abogado, tratando de solapar su espectacular yerro, dijo, con un punto de dignidad ofendida y otro de contenido enojo:

– ¡Es que a mí me gusta llegar a los juicios con tiempo de sobra!…

El otro sucedido queda más lejano…

El otro sucedido queda más lejano. Aquel buen hombre era conductor de un camión dedicado al transporte de material sanitario, desde la meseta castellana hasta las cálidas tierras del sur. Para que los productos transportados -inodoros, lavabos, fregaderos, etc.- viajaran debidamente protegidos, iban punto menos que forrados de paja, lo que evitaba que el roce de unos con otros pudiera ocasionar indeseados deterioros.

El honrado camionero, una vez entregada la carga en su destino, se disponía a regresar a su lugar de origen, sin más impedimenta ya que el buen montón de paja devenido innecesario. En ruta, se dispuso a desprenderse de aquel forraje, y a tal efecto detuvo su marcha en plena carretera, disponiéndose a arrojarlo en la cuneta, de modo que no quedara esparcido por el asfalto.

Afanado en tal operación se encontraba, cuando ante sus ojos se produjo la colisión de dos vehículos que circulaban por el lugar, a cuyas resultas se produjeron severos daños así personales como materiales.

A juicio fue citado nuestro camionero, como testigo presencial de los hechos, ya que nadie mejor que él pudo apreciar las circunstancias del accidente. El letrado al que este testimonio resultaba adverso para su defensa, trataba de ahondar en el interrogatorio, a la búsqueda de algún detalle que debilitara la contundencia de aquella prueba.

– ¿Puede explicarnos qué hacía usted en esa carretera, a las cinco de la tarde de un día del mes de agosto, a pleno sol, con una temperatura de cerca de cincuenta grados?

A lo que el testigo contestó, con toda naturalidad:

-Pues, mire usted, estaba echando unas pajas…

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