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Un adiós obligado

Un adiós obligado

La gentileza de nuestro Decano me ha hecho de nuevo un hueco en La Toga, al que acudo agradecido, pues necesitaba, de forma primordial, despedirme, ahora que ha llegado mi jubilación, de mis muchos amigos abogados con los que he compartido tanto bueno a lo largo de 34 años en que he tratado de impartir justicia en nuestra querida ciudad.

El 10 de enero de 2012 fallecía mi respetado don Juan Camúñez, currista como yo, de ineludible corbata y un exquisito y burlón sentido de entender la vida. Recuerdo que escribí una necrológica en nuestra revista, que titulé “Una página menos”, y que comenzaba así:

“En la primavera de 1976, celebré mi primer juicio penal, siendo juez debutante en el partido judicial de Marchena. Se trataba de unas Diligencias Preparatorias consecuentes a un accidente de circulación. Mi entrañable Manuel Campo ocupaba el lugar reservado al Ministerio Fiscal, al que acompañaba como acusador particular Don Francisco Vázquez Trigo y como abogado defensor Don Juan Camúñez Ruiz. Confieso que estaba aterrado; era mi primer acto revestido de la toga, que se me antojaba un ropón litúrgico en lo que tiene de exponente de poder. Llevaba un guión con la secuencia del acto, me horrorizaba equivocarme y no conocía a los letrados que venían de Sevilla y que -suponía- “se las sabrían todas”.

Nada más lejos de la realidad. Me encontré con unos colaboradores amables, Don Francisco y Don Juan, unos verdaderos caballeros del foro, de los que acabé aprendiendo siempre y cuya amistad conservé hasta que Dios me lo permitió. A Manolo, mi querido Manolo Campo, lo veo con escasa frecuencia con su mascota calada y sus cuitas sobre el destrozo axiológico que España sufre”.

En mi larga trayectoria al servicio de la Justicia he conocido a infinidad de letrados. Cuando en 1983 regresé después de un periplo por España de norte a sur, era Decano mi inolvidable amigo, José Antonio Moreno Suárez, al que siguieron Manuel Rojo y José Ángel García, dos personas excelentes y brillantes abogados. Con el actual Decano, mi amistad se remonta a cotas más altas incluso de la mera amistad; constituye un lujo compartir con todo un señor las obligaciones que a ambos nos incumben. Será muy difícil superar su labor, que espero siga perdurando mucho más tiempo. Y con él, sus más íntimos colaboradores, ya en la Junta de Gobierno, ya en la Mutualidad, de la que Manolo Cruz fue alma tanto tiempo, ya en la llevanza de la institución, como Emilio Ramos o Paco Ciudad, entre otros. Conocí igualmente a otro Decano que acabaría convirtiéndose en  mi amigo, contertulio en la radio e insustituible maestro, Don Adolfo Cuéllar, tan lejano y tan cerca siempre

Mi trato con la institución colegial ha sido un verdadero placer; en ella me considero en mi casa. Las relaciones que el Colegio mantiene con la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia, que inmerecidamente presido, han dado cuantiosos y excelentes frutos. En breve el Colegio será académico de honor y  un verdadero honor será recibirlo como tal.

Trece años he formado parte de la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, Ceuta y Melilla. En tan larga andadura he vivido de todo, como es fácil suponer. Pero hay algo destacable, que siempre me ha llenado de alegría y orgullo: constatar que, salvo contadas excepciones, los colegiados de Sevilla han sido los que  menos sanciones han merecido y de mayor consideración gozan entre los órganos judiciales.

Ciertamente, las relaciones entre jueces y letrados no siempre gozan de serenidad y he oído quejas de unos y otros que me han parecido acertadas muchas de ellas y siempre evitables las controversias. He pensado constantemente que nunca el juez debe situarse por encima de los demás, más allá de lo que demande la policía de estrados. Pero cuando todos aceptan sus roles procesales, la situación fluye con mutuo respeto y sin sobresaltos para bien de todos. Soy un sincero admirador de la labor del abogado, que  he considerado siempre tan compleja como la del juez. Este se mueve en el campo quirúrgico que las partes le marcan con sus alegaciones, cerrando el llamado elemento objetivo de la relación jurídico procesal; pero la creación del debate, el volcar al mundo del Derecho las pretensiones de las partes, acertar con la norma y doctrina aplicables al caso es labor de alquimia, que necesitará luego de una esgrima procesal adecuada para la defensa de los intereses de su defendido. El abogado es pieza primordial de la contienda judicial, colaborador insustituible en la lucha por el logro de lo justo y la satisfacción de los derechos requeridos de protección.

Son muchísimos los letrados a los que he admirado, muchos con cuya amistad me he honrado y muchos a los que echo de menos desde que su labor entre nosotros cesó por imperativo de la vida y la muerte, que tan unidas están. Considero esta profesión como mía, no en vano mis dos hijos militan en ella. Recuerdo con especial cariño a los integrantes de aquella tertulia de letrados que se dedicaban preferentemente a los juicios de infracciones de tráfico y con los que me reunía en interminables comidas, siempre amenizadas por la gracia de Manolo Muñoz Filpo, los discursos de Manolo Toro, Rafel Martínez, del “gadita” Manolo Domínguez, la socarronería de Julián Vélez, la simpatía de Consuelo y la presencia de tantos compañeros, muchos de los cuales, por desgracia, no están ya entre nosotros. Es la razón por la que siempre me he sentido uno más en cualquier reunión de aquellos abogados sevillanos, caballeros de finísima sevillanía y ejemplos de compañerismo y mutuo respeto.

Y es por ello que ahora, en que el BOE ha puesto fin  a la que ha sido mi vida, deseo despedirme de todos ustedes, agradecer su colaboración y sus enseñanzas y enviarles, en la persona de nuestro querido Decano, un abrazo sincero de compañero, en esta bellísima aventura nuestra de procurar la Justicia.

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