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Sevilla, Escuela de Marinos

No hace falta ser agorero, y sí clarividente para apreciar que Sevilla, es una ciudad privilegiada. No sólo por su situación geográfica dentro de la mayor autonomía de España, sino por poder disfrutar de una climatología, que en las últimas décadas ha visto rebajadas las temperaturas meteorológicas invernales y veraniegas de forma significativas.

A este factor hay que unir el carácter abierto y acogedor de sus moradores, que han contribuido a hacer de Sevilla un centro de turismo internacional, que se ha hecho extensivo a las capitales próximas a su emplazamiento, como son Granada y su costa, Málaga, Cádiz y Huelva, por citar las más cercanas.

Pero no solo su emplazamiento y meteorología, sino por otras circunstancias que corren parejo con otros factores, han hecho de Sevilla una ciudad envidiable, que ahora analizamos.

Dispone de un Río Grande, único interior en la Península, que le ha dado protagonismo en la Historia Universal, y la ha abocado a ser fuente de riqueza a partir del siglo XV hasta nuestros días. Y no exageramos, y apreciaremos para confirmar este aserto.

Por las razones que fueren, desde nuestro Rey Fernando III el Santo, que contó con la sociedad sevillana para fustigar la invasión morisca, quedando el baluarte del Palacete de la Buhaira como símbolo de la invasión y el NO&DO de nuestra bandera, Sevilla, ha sido y es referente en la Historia, por haber sabido aprovechar su protagonismo, en momentos decisivos.

Pero avanzando en la historia y partiendo de las Capitulaciones de Santa Fe de los Reyes Católicos con el Almirante en 1492, empieza a tener sentido el que Sevilla, iniciada la aventura desde Moguer, Palos y La Rábida, iba a ser el puerto de salida y entrada de toda la mercancía con las Indias, el Nuevo Mundo, y este hecho fue decisivo para que Sevilla se convirtiese en aquellas fechas, en el centro de atención de todos los países.

Pues bien, este hito vino a ser el punto de partida de que nuestra ciudad se convirtiese en el núcleo aglutinador de todas las operaciones comerciales con América, aun siendo ciudad interior y con su Río Guadalquivir, que hizo de Sevilla una de las ciudades más importantes de la Historia de su época.

Pero esta situación geográfica y el desarrollo del organigrama que se imponía por los acontecimientos que se iban a derivar como consecuencia de la aventura, había que completarlos para no frustrar la macroempresa que se presentaba.

Y como el océano iba a ser el protagonista, se centró la atención en la formación de los hombres de mar, creándose la Hermandad de la Cofradía de Nuestra Señora del Buen Aire, que vino a acoger a los dueños de las naos, pilotos, maestres, carpinteros de ribera, dando paso al tiempo a la creación de talleres de construcción de navíos, en las Atarazanas, a semejanza de los constructores vizcaínos.

La mencionada Hermandad y Cofradía de Cómitres, fue fundada en tiempos de Fernando III y Alfonso X, y que tras la muerte de Pedro I, se separaron de la Marina castellana.

La mencionada Hermandad se establece inicialmente en el Barrio de Triana, con fines religiosos y asistenciales, con sus Patronos San Pedro y San Andrés, adoptando la denominación de Universidad de Mareantes, y las cofradías sevillanas se agruparon a fin de intervenir activamente en los negocios de la Carrera de Indias.

Centró sus funciones en el ejercicio de policía de río y mantener el orden entre los navíos, y en la segunda mitad del siglo XV, su vida empezó a decaer, aunque sus privilegios aumentaron en 1510, al eximirles de los repartimientos y otros servicios de guerra contra los moros, como consecuencia de una petición hecha por Cristóbal Colón, que pensaba valerse de estos Cómitres para sus nuevos viajes a las Indias.

Fue sancionado por Felipe II en marzo de 1569, a la que se unió el Colegio de Cómitres del Rey y de la Reina, que en número de 63, venían a depender del Arzobispado de Sevilla y de la Casa de la Contratación.

La Universidad de Mareantes, vino a actuar en el proceso de la construcción naval, de imperiosa necesidad ante las perspectivas que se presentaban tras los primeros viajes de Colón, y a la vista de los sucesivos naufragios acontecidos y las duras condiciones meteorológicas que narraban los navegantes, – atribuidos a la deficiente construcción de las naves, y la falta de preparación de sus tripulantes- indujo a confiar a la naciente Universidad de Mareantes la dirección de la construcción de los navíos, por medio de las Ordenanzas de 1607 y 1613, con los antecedentes de las de la Armada de la Mar Océana y Flota de Indias de 1605, en las que se configuraban las condiciones y privilegios de la gente de mar.

A los Armadores, se les concedían estímulos a la construcción, mediante empréstitos y primas, siempre que construyeran navíos de 300 tns. o más, y es bien cierto que la Corona veía con buen augurio estas prebendas, pues de esta forma, incentivándose la construcción naval, venía a incrementar su reserva, previo embargo, para hacer frente a sus continuas luchas con sus rivales marinos, -Inglaterra, Francia, Holanda, etc.-, como efectivamente tuvo que echar mano en más de una ocasión.

Tras un período de su permanencia en la calle Pureza de Triana, se trasladaron posteriormente a extramuros de la ciudad, junto al Río , bajo la advocación de Real Colegio Seminario de San Telmo, donde se constituyó como Escuela de Marinos en 1681, y pasando a los PP.Franciscanos de San Juan de Aznalfarache las antiguas dependencias de Triana. Igualmente pasaron a la Iglesia, las dependencias de la Torre del Oro, a fin de poder almacenar -en esta joya- los materiales que llegaban de diversos puntos para la construcción de su Catedral, la tercera del mundo católico.

Es fácilmente comprensible que debido al auge que supuso para Sevilla el ser el centro de actividad comercial en Europa, debido al ser el puerto de entrada y salida de todas las mercancías en tráfico en la Carrera de Indias, y que atrajo a un sinfín de comerciantes, banqueros aventureros, hombres de mar, etc, se planteó la necesidad de prever un Centro para la formación de marinos que iban a ser necesarios para poder nutrir las naves en construcción en los pequeños astilleros que se iban instalando en la ribera del Guadalquivir, lo que llevó consigo la creación de la mencionada Universidad de Mareantes, bajo el patrocinio del Real Colegio Seminario de San Telmo, que inició su andadura desde el citado año 1681, hasta 1796, incluso hasta un siglo después, en que tuvo una existencia muy rentable para atender la provisión de personal cualificado y subalternos en los centenares de navíos que hicieron posible la influencia española en la Carrera de Indias.

No podemos dejar de mencionar la negativa influencia que tuvo el traslado de la flota de Sevilla a Cádiz a finales del siglo XVII, provocando su transformación por la mudanza oficial de la sede de la Casa de la Contratación, que tuvo lugar en 1717, y vino a poner fin a la influencia real de la Universidad de Mareantes.

A este hito hay que añadir la llegada del establecimiento del libre comercio en 1778, que vino a ser como el aldabonazo final, que desproveyó de fondos económicos a este Centro Docente, y que pudo subsistir un corto período, gracias a unas pequeñas subvenciones , hasta su definitiva extinción en 1793.

Con estos antecedentes es el momento de analizar el funcionamiento de la Universidad de Mareantes, como primera Escuela de Marinos de Sevilla.

La selección para el ingreso en esa Universidad era muy rigurosa, y se analizaban a los aspirantes muy pormenorizadamente. La edad de ingreso estaba situada entre los 10 y 14 años, teniendo preferencia los hijos de huérfanos, pobres, sin antecedentes penales, con limpieza de sangre -sin ascendencia morisca- nacionalidad española -no se admitían extranjeros-, todo ello siguiendo un plan propuesto por el Duque de Medinasidonia, que fue de aplicación inicial para las costas de Guipúzcoa y Vizcaya.

La formación de estos alumnos era muy completa, dominando la educación religiosa, y se mantuvo el número de 150 colegiales de ingreso al año, habiendo pasado por la Universidad en todo el tiempo de su subsistencia, a un total de 3.505 colegiales, si bien hubieron bastantes impugnaciones, por el consabido favoritismo.

Las líneas maestras de sus reglas fueron asimismo marcadas por las instrucciones del Oficial de la Secretaría de Indias y primer Director del Archivo de Indias, el valenciano Juan Bautista Muñoz, protegido por el Secretario de Indias, José de Gálvez, Marqués de Sonora.

Junto a las clases teóricas, en las que se les instruían en las primeras letras, y matemáticas así como inglés y francés, y si no lo superaban en el tiempo asignado, tenían que dejar el Centro.

Trascurrido el primer período, hacían prácticas de navegación, y el Colegio de San Telmo, fue la única institución en el Reino que tomó el relevo de la Casa de la Contratación en la enseñanza de la navegación hasta la fundación de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz.

El primer Profesor en San Telmo fue Pedro Manuel Cedillo y Rujaque, autor de importantes tratados de náutica, y luego Director de la Academia de Guardias Marinas de Cádiz y Piloto Mayor de la Carrera de Indias. Impuso la formación náutica de los santelmistas, ahondando en los estudios de cosmografía, cartas náuticas, con prácticas a bordo de navíos fondeados en la bahía de Cádiz, bien comerciales, o militares, y que a tenor del aprovechamiento y superación de pruebas, los alumnos más aventajados, obtenían plaza de piloto mercante o de la Armada.

La labor desarrollada por el Colegio de San Telmo fue de importancia decisiva para la formación de los Pilotos que hicieron la Carrera de Indias, y para la Armada, si bien se creó una pugna entre unos y otros que no favoreció al Colegio.

La financiación del Colegio se basaba en la obtención de un tanto del derecho de tonelaje que tenían que satisfacer los propietarios de los navíos que hacían la Carrera de Indias, y que gravaba el transporte de mercancías por mar, calculado sobre las toneladas de arqueo de los bajeles de la Carrera de Indias, incluyendo los que partían de la Islas Canarias, desde 1686, tanto si navegaba en formación de flotas y galeones, como si se tratara de registros sueltos.

Como se puede suponer, la salida de mercancías, era mayor que las de entrada, y estaban minuciosamente controladas por el personal adscrito a la Casa de la Contratación, y de este registro se calculaba el tonelaje, sobre el que se gravaba a los propietarios, con el que se reservaba un tanto por ciento a la Universidad.

Asimismo disfrutaba de exenciones de determinados impuestos, dado el carácter benéfico de sus actividades, así como también, los beneficios que obtenían de la venta de libros impresos en el Seminario, alquileres de inmuebles adquiridos o donados.

Sin embargo el Colegio pasó por grandes apuros económicos al eludir algunos contribuyentes -capitanes de naos- al pago del impuesto de tonelaje, con las consiguientes reclamaciones, y de otro lado la demora en percibirlo de la Corona, o el desvío de fondos de ésta para otras perentorias necesidades, así como el inicio de la guerra con Inglaterra, en 1739 que vino a perjudicar la economía del Colegio que tenía que hacer frente -entre otras obligaciones- al pago de la construcción del Palacio de San Telmo y su mantenimiento.

En 1787 se fundó el Colegio de San Telmo en Málaga, réplica del modelo sevillano, impulsado por el Consulado de Comercio de esa ciudad.

Al año siguiente, ambos Colegios de San Telmo abandonaron la Secretaría de Indias para pasar a la jurisdicción de su homóloga de Marina, lo que produjo un alivio a las finanzas de ambos centros, ya que empezaron a percibir anualmente un fondo de 1% de la plata procedente de Indias, en sustitución del abolido derecho de tonelaje.

De otro lado, ambos Colegios eran titulares de una serie de acciones de la Real Compañía de Filipinas y del Banco Nacional de San Carlos, así como de terrenos en la zona de la Enramadilla, aunque en el año 1800, se vieron en la necesidad de enajenarlos, por la epidemia de fiebre amarilla que asoló el país.

Y a mayor abundamiento, la invasión napoleónica, y las demoras subsiguientes en percibir la ayuda de la Corona -empeñada en la guerra de la Independencia, – abocó en una quiebra técnica de los Colegios, que tuvieron que restringir al mínimo sus gastos, hasta en la alimentación, sueldos, teniendo que vender parte de su mobiliario plata de su Capilla, embarcando a algunos alumnos de últimos cursos, o enviando a otros a sus casas para su mantenimiento, a fin de hacer frente a la penuria que se les advino.

Toda esta situación abocó a una reestructuración del Colegio hacia la mitad del s. XVIII ya que sus normas habían quedado anticuadas al haber sido concebidas en una época en la que la enseñanza de la navegación y funcionamiento de la Carrera de Indias, eran muy distintas.

Ello llevó consigo una radical transformación a raíz de la visita realizada por el marino Antonio de Ulloa de la Torre Guiral en 1763, así como por la inspección efectuada por el Contador principal de la Casa de la Contratación, Antonio de Arnuero en 1779, unido a los informes del Contador general Francisco Machado y el fiscal de Nueva España, Antonio Porlier, y por último, l a redacción de las primeras ordenanzas a cargo del funcionario de la Secretaría de Indias y Director del Archivo, Juan Bautista Muñoz que, vinieron a renovar sustancialmente la estructura del Colegio de San Telmo.

Pero esta reforma duró poco tiempo, pues con todos los avatares que estaba sumida España a principios del s. XIX, que acabamos de citar, a lo que se unió el proceso de desvinculación de las colonias americanas del poder de la metrópoli, sumieron al Centro de Náutica, en una profunda crisis, y tras varias propuestas -entre otras, su transformación en Colegio Naval Militar, en 3O de junio de 1847 -se dictó un Decreto por el que se ordenaba el traslado de los Colegios de Sevilla y Málaga al Ministerio de Comercio, Instrucción y Obras Públicas, que llevó consigo la clausura definitiva de ambos Centros de Enseñanza.

Antes de cerrar este ciclo, y por la vinculación que mantuvo la Universidad de Mareantes, con la Casa de la Contratación, haremos mención a su creación en 1508, y de la que fue su Primer Piloto, el genovés -nacionalizado español -Americo Vespucci- viajero con Colón en su segundo viaje, y descubridor de la tierra firme de América del Sur, y al que sustituyó Juan Diaz de Solís, y hasta 10 Pilotos Mayores más, hasta Francisco de Antonio de Orbe, en 1707, en que pasó a Cádiz la memorable Casa de la Contratación.

Ya por último, en 1849, el Duque de Montpensier, casado con la Infanta María Luisa de Orleáns -hermana de la reina Isabel II, adquirió el Palacio de San Telmo- de fructífera singladura marinera, que transformó para su residencia, y que a su fallecimiento, donó a la Iglesia de Sevilla donde se instaló el Seminario, con cesión al pueblo sevillano de sus jardines -orgullo de la ciudad, – hasta que posteriormente pasó a manos de la Junta de Andalucía, para su sede autonómica, compensando a la Iglesia sevillana, con la construcción del nuevo Seminario, en la Avenida del Cardenal Bueno Monreal, así como con la reforma de distintos conventos e iglesias de la Diócesis sevillana.

La extinta Escuela de Pilotos, de Mareantes, de Marinos, fue pionera en Europa, y piedra angular de la Carrera de Indias, por cuanto que la formación de su personal hizo posible el desarrollo de la navegación y la vinculación de España con América, por cuanto que sin esos hombres de mar que se modelaron en esta Universidad, no hubiera sido factible la llevanza de la cruz y la espada a través de los galeones y diversas embarcaciones, que bajo la advocación de Nuestra Señora del Buen Aire, se hizo presencia en las tierras descubiertas por el Almirante Cristóbal Colón y sus denodados marineros que, desde la Rábida, y el apoyo de nuestros excelsos Reyes Católicos, y tantos otros, auspiciaron esta aventura, para honra y prez. de los marinos españoles, a los que rendimos tributo.

Pero la Escuela de Marinos sigue viva a través de la Historia, aunque con menor pujanza que la llevada a cabo por la Universidad de Mareantes, pues ya el siglo pasado tuvo su presencia, su heredera, la Escuela Náutica de San Telmo, que tuvo durante unos años su sede en el edificio del Consulado de la República de Colombia, en la Avenida de las Palmeras en Sevilla, dependiente de la de Cádiz, hasta que definitivamente pasó a esa ciudad hermana, tan comprometida como Sevilla en la Carrera de Indias.

No podemos cerrar este análisis sin mencionar otra Escuela de Marinos, cual es la Comandancia Naval de Sevilla, que data de 1926, e inaugurada en 1929, construida en terrenos de dominio público portuario en la finca Huerta del Carmen, propiedad de los herederos de D. Alejandro Quijano y González, con motivo de las obras del Canal de Alfonso XIII -Corta de Tablada- con una cabida de 16 Has. y 77 cas., dividida de este a oeste por el Arroyo “Tamarguillo” -de amargo recuerdo para los sevillanos por su desbordamiento a finales del siglo pasado- aprobado por Real Decreto de 8 de agosto de 1915.

La finca expropiada fue titulada a nombre del Estado, e inscrita en el Registro Mercantil de Sevilla, y por R.O. de 12 de agosto de 1927, a petición de la Comandancia de Marina, a la que se le concedieron 1.000 m2 de terrenos en las proximidades de la Avda Moliní, para la construcción de un Pabellón destinado a la instalación de los efectos navales en la Exposición Hispano-Americana de 1929, y que posteriormente se amplió hasta los 1.300 m2, y donde desde aquella fecha alberga a la representación de la Marina Española, a cuyo mando desde 1932 la han ocupado 19 Capitanes de Navío, en calidad de Comandantes de Marina.

Hasta la aparición de la Ley de Puertos del Estado y de la Marina Mercante de 1992, las originales Comandancias de Marina de España, se venían haciendo cargo del despacho de buques, inspecciones y cuanto se relacionaba con el tráfico marítimo de mercancías en los puertos españoles, a más de la representación de la Armada en la recepción de buques de la Armada, y extranjeros.

A partir de ese mismo año, en que se crearon las Capitanías Marítimas, por la mencionada Ley, se trasladaron las competencias enunciadas a cargo hasta entonces de las Comandancia, a favor de este nuevo instituto, y quedando a cargo de aquellas, la representación de la Armada en los respectivos puertos españoles.

Deseamos rendir tributo a los ilustres Marinos que tan dignamente han ostentado el mando de la Comandancia de Sevilla desde su instauración, y en especial a tres de ellos por la humanidad con que han revestido su mando y que han dejado huella de su buenhacer.

El primero -ya desaparecido- D. Oscar Scharfhausen Kebbon, que dirigió con mano maestra la Comandancia desde el 24 de septiembre 1966 hasta el 29 de julio de 1970, y cuyo recuerdo permanece imborrable a los que tuvimos la suerte de tratarle, y con un historial marinero de primera línea

El segundo, por su orden, D. Julio Gutiérrez Alba, que ostentó la representación de la Armada desde el 17 de julio del 2000 al 1 de julio 2004.

La Armada Española tiene que estar orgullosa de haberle representado este Marino Ilustre en la Comandancia de Sevilla, ya que supo identificar su categoría militar con la gran humanidad que le caracterizaba, contando con el respeto y admiración de compañeros, subordinados y amigos.

Y por último, y como despedida, al actual Comandante Naval D. Ricardo Salamero Sánchez-Gabriel, que tomó el mando el 1 de julio 2004, y el primero de julio de este año, por imperativo legal, lo cederá al nuevo Comandante, aún no designado.

No tengo palabras para traducir la categoría profesional de D. Ricardo, que aparte su gran preparación militar, se compenetró desde su toma del mando, con la sociedad civil y militar Sevillana, donde acudía puntualmente a cuantos actos era requerida su agradable presencia.

Desde su Presidencia de la Cámara de Marinos -que aceptó muy gustoso en su creación en 2005 en representación de la Armada- y su vinculación tradicional a la Esperanza de Triana y su Cofradía, añoraremos su despedida, por la huella que ha dejado, junto con los citados, deseándoles a los que aún disfrutan del amparo de sus Santas Patronas, de toda la felicidad, que se han ganado a pulso de su generosidad y cumplimiento de su deber.

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