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Obituarios nº 167

«Pagarás cuando seas mayor que yo» En memoria de Don Ángel Olavarría

Han sido muchos años conviviendo con Don Ángel (perdón, Ángel, pues como él decía, el “Don” me hace mayor) y puedo decir que he sido un privilegiado por todo lo recibido.

Desde que deja de ser notario en activo, a sus hijos Sonsoles a Toño y a mi nos regaña cariñosamente por lo absurdo de tener abierto un despacho si podíamos irnos con él, así que, sin dudarlo, cogimos nuestros bártulos y en calle Rioja nos instalamos, lugar al que luego se incorpora su hijo Javier y su nuera Curra junto con su también hijo Che que llevaba todo el papeleo del protocolo. Nadie deberá sorprenderse, por tanto, si digo que gran parte de lo que puedo ser de Letrado se lo debo a él, pues la profesión la he ejercido prácticamente a su lado.

Con independencia de sus conocimientos jurídicos que son ampliamente conocidos y exaltados en cualquier foro, Ángel tenía una aureola de sapiencia, inteligencia y sobre todo bondad que mala persona tenías que ser para que no te influyera.

Al inicio de nuestra andanada en calle Rioja me sorprendió algo que en los comienzos de la profesión difícilmente te lo planteas, la verdadera LEALTAD con el cliente. Cuando Ángel entendía que tal asunto no tenía visos de prosperar, nos lo decía sin rodeos pero con clara intención de que lo transmitiéramos al cliente sabiendo que económicamente no nos sería rentable, “no enredes a este buen señor que tiene un problema y mayor será si lo pierde” nos decía. Deberíamos de seguir su doctrina y dejar a un lado tanta materialidad.

El que ha tenido la oportunidad o incluso necesidad de solicitarle un consejo o enfoque ya fuera o no jurídico, nunca salía defraudado; tenía tiempo para todos y para todo, ya sea esos litigios complejos que tantos ha resuelto como una cuestión nimia o domestica; para todos lo dedicaba tiempo, nos decía que “ese es el problema de tal señor y para él es su gran problema”. Era el primero que llegaba el Despacho y el ultimo en irse, y lo curioso es que también sacaba tiempo para su familia, no he llegado a entenderlo pero lo cierto es que lo hacia.

Quizás tenga solo una “espinita” clavada para con Ángel: cada mañana, sobre el mediodía bajábamos al Pasaje Rioja a tomar café, siempre acompañado, primero de su Secretaria Concha y luego de Poldi. Una vez, al principio, me dio por pagar, y muy serio me dijo “ni se te ocurra, pagaras cuando seas mayor que yo”; desgraciadamente ahora, Ángel, puedo decírtelo, en alguna ocasión, cuando no has podio salir al impedírtelo alguna visitar o no llevabas suelto y lo dejabas fiado, te he pagado el café, aunque no estoy muy convencido de que no te dieras cuenta; espero que cuando nos volvamos a ver no me lo tenga en cuenta. Te quiero Ángel, y muchas gracias por todo.

Jose Manuel Ramos Cardona

Abogado

Ángel Olavarría Téllez: Profesional de la Verdad Por Manuel Olivencia

Fue su oficio: dar fe, afirmar que lo que firmaba era verdad. Nunca he visto mayor adecuación entre la persona y su profesión, porque ÁNGEL hizo de la verdad, más que su norma de vida, su propia identidad personal: un hombre de verdad, que se guiaba por la verdad, que creyó en la Verdad (con mayúscula) y que la proclamó sin estrépito, silenciosamente, con el ejemplo de su vida.

“Dio fe” en el ejercicio de su profesión de notario y en su conducta personal. Fedatario permanente, no sólo fue un notario ejemplar, sino mucho más: modelo ético de buen padre de familia, de buen ciudadano, de buen amigo, siempre fiel a sus creencias, a sus convicciones, a su fe, a su verdad.

Vino a Sevilla como notario en 1958. Fue de esos “forasteros” conquistados por nuestra ciudad. Aquí ejerció como fedatario hasta su jubilación y aquí continuó ejerciendo como abogado hasta el final de sus 92 años de vida, hasta que su última enfermedad lo apartó de su trabajo, porque el trabajo era su vida.

Como notario, formó parte de lo que FEDERICO DE CASTRO llamó “una aristocracia profesional”, en la que gozó del máximo prestigio, ganado merecidamente con un ejercicio profesional impecable. Lo atendió sin diferenciar entre el asunto pequeño y el grande, porque el de menor entidad puede plantear más problemas jurídicos que el de mayor cuantía; no se preocupó de aumentar la cantidad de números de su protocolo, sino de garantizar la calidad de su servicio a la seguridad jurídica y a la “jurisprudencia cautelar”, desde los actos rutinarios a aquellos que por su singularidad exigían una construcción original. Fueron estos últimos, los alejados de la práctica repetitiva, los predilectos del buen notario. ÁNGEL OLAVARRÍA fue un artesano del Derecho; su notaría, un taller en el que se daba forma y legalidad al tráfico jurídico, a cuyo servicio puso su poderosa inteligencia. Por eso, se crecía ante el tema nuevo, el que se sale de la rutina ordinaria y requiere esfuerzo creativo, fórmulas originales, inventiva y construcción en el ámbito de autonomía que la ley permite.

Aquel notario fue un excelente colaborador del abogado que a él acudía en busca de solución al problema jurídico intrincado. En este caso, soy yo quien da fe de lo que afirmo. Las cuestiones complejas, lejos de agobiarle, le apasionaban. No había límite en el tiempo que exigiera el debate con los abogados y los clientes; ÁNGEL OLAVARRÍA estaba siempre a disposición, sin horario de despacho, en la paciente busca de la solución más correcta al problema jurídico que se le llevase.

He tenido la fortuna de trabajar con él en muchas de esas cuestiones nuevas; pero quiero recordar aquí una, quizás la más compleja que llegó a mi despacho y por la que acudí a su ayuda: “la hispanización” de una compañía bodeguera, constituida como “company limited” con arreglo a la ley inglesa, que adquirió la forma de sociedad anónima y la nacionalidad española sin alterar su personalidad jurídica. ¿Cuántas horas de trabajo nos llevó aquel asunto? No las contamos, ni ÁNGEL ni yo; nos quedó el recuerdo de aquel trabajo minucioso, de verdadera orfebrería jurídica, culminado con éxito.

Su labor como Decano del Colegio Notarial de Sevilla fue colofón de su actividad corporativa, alentada por el cariño y el respeto de sus compañeros, admiradores de la auctoritas de su primus inter pares.

A su jubilación, se cerró el protocolo y se abrió su bufete de abogado, sin solución de continuidad. Siguió trabajando al servicio de la Justicia durante los veintidós años que le restaban de vida, y en ese largo período desplegó brillantemente toda su capacidad de jurista, que es más que el profesional del Derecho; es el jurisprudente, que une al conocimiento del Derecho la prudencia en su aplicación, el saber y el saber hacer, la teoría y la práctica.

Sus virtudes y su prestigio, la confianza que a todos merecía su rectitud y su competencia, explican su especial dedicación al arbitraje, investido por la voluntad de las partes en litigio para que confiarle la solución de sus diferencias. Honrado con esa función, fue siempre un árbitro ejemplar, en Derecho y en equidad, en la aplicación de la ley y en la justicia del caso, administrador de esa justicia alternativa basada en la autonomía de la voluntad de los litigantes, a los que trató con escrupuloso sentido de la igualdad.

El prestigio ganado en este ámbito del Derecho explica que cuando la Cámara Oficial de Comercio, Industria y Navegación de Sevilla creó la Corte de Arbitraje, fuese indiscutible el nombramiento de ÁNGEL OLAVARRÍA como Presidente. Desempeñó el cargo hasta su muerte, dedicado con la minuciosidad que le imponía su carácter a la dirección de la Corte, a la participación directa en la tramitación de los procedimientos administrados por ésta y al ejercicio de la función arbitral en casos difíciles y complejos, en los que nunca rehuyó la aceptación de su nombramiento.

Su bien ganado prestigio le llevó asimismo a la presidencia de la Real Academia Sevillana de Legislación y Jurisprudencia desde su creación, cargo que ejerció con reconocido acierto hasta su fallecimiento. De nuevo, tan alta misión fue motivo para demostrar sus excepcionales dotes de auctoritas, sabiduría y espíritu de servicio. Su profundo sentido de las obligaciones y responsabilidades del cargo le llevó a una dedicación extraordinaria a sus funciones y relaciones institucionales, a las que se entregó con generosidad, otra de sus grandes virtudes. Y con modestia; no con “falsa modestia” porque en su verdad no cabía la falsedad, sino con “auténtica y fidedigna” humildad, distante de toda sombra de vanidad.

Lo mismo cabe decir de su obra doctrinal, que él minusvaloraba y por eso limitó a aquellas aportaciones que estimó obligadas por razón de cargo o de contribución a homenajes dedicados a amigos. Baste citar aquí el artículo que escribió para el Homenaje en memoria de JOAQUÍN LANZAS y LUIS SELVA, sus dos grandes amigos Registradores (“Las sociedades mercantiles y el arbitraje de Derecho Privado”, II, Madrid, 1998), y el que tuvo la generosidad de dedicar a los Estudios sobre la Ley Concursal. Libro Homenaje a MANUEL OLIVENCIA (“Los créditos con garantía real”, IV, Madrid, 2004, pp. 3797 y ss.), que tan cordialmente le agradecí. Celebro que su sentido de la amistad le llevase a romper su natural retraimiento a las publicaciones, cuando tanto tenía que aportar y que enseñar. Sus escritos son buena muestra de sabia doctrina.

Aceptó también transmitir sus saberes en las aulas universitarias, siempre que se lo pedimos. Y a la docencia del Derecho dedicó muchos de los mejores esfuerzos de sus años jubilares, como director del prestigioso “Master del MONTE” en asesoría jurídica de empresas, un puesto que sirvió con la seriedad, el rigor y la dedicación en él habituales, pero tan poco frecuentes.

En toda su trayectoria profesional, desde joven letrado del Instituto Nacional de Previsión hasta su muerte, ÁNGEL OLAVARRÍA fue un trabajador que no admitió la fatiga ni reclamó el descanso, ni siquiera cuando sus fuerzas mermaron y su visión disminuyó hasta el extremo de hacer penosa la lectura; él siguió esforzándose en su tarea, porque el trabajo era su vida. Añadiré algo más: era su proyecto de vida, porque integró el trabajo en sus planes y propósitos de futuro. El programa de la jornada sobre arbitraje, convocada para el 31 de enero 2008, anuncia su participación en la sesión inaugural y en la presidencia de una de las mesas, comprometida por ÁNGEL OLAVARRÍA poco antes de que un derrame cerebral le postrase sin posibilidad de recuperación.

Una persona excepcional, en el sentido propio de la expresión, de vida ejemplar y virtudes extraordinarias, y, por ello, un hombre muy querido por todos los que le conocían. Admirado por su singular valía como jurista; pero, sobre todo, por su bondad. Sus amigos lo queríamos y lo admirábamos, de él aprendimos mucho, en el despacho, en la academia, en el aula o en la tertulia, porque de él brotaba siempre la sabiduría como el agua clara de la fuente. Por eso, nos unimos al dolor de Tita, su esposa, y de la numerosísima familia que con amor crearon. El llanto emocionado y emocionante de sus nietos, inconsolables en la austeridad del funeral en la Santa Caridad del sevillano MAÑARA (porque hasta su muerte fue humilde), expresaba la conciencia de la pérdida de un ser querido; aún más, de un abuelo excepcional. También sus amigos lo lloramos como niños.

Manuel Olivencia Ruiz

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