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Obituario

En memoria del Magistrado. Antonio Salinas Yanes

En la madrugada del pasado día 3 de Enero se rompió el gran corazón de un hombre de bien. La muerte, tan repentina como inesperada, nos arrebató bruscamente a una persona sencilla y noble: el Magistrado Antonio Salinas Yanes.

Hacía cuatro años que este jurista, nacido en Guadalcanal en 1930, se había jubilado por razón de edad, pese a lo cual había prolongado durante un trienio más su fecunda actividad judicial como Magistrado emérito. En Sevilla había sido titular de los Juzgados nº 3 de Instrucción y nº 4 de Primera Instancia, y, ya en los años previos a su jubilación, Presidente de la Seccción 5ª -civil- de la Audiencia Provincial. Tanto en los Juzgados como en la Audiencia, dejó la impronta de su buen hacer y el sello inconfundible de su calidad humana y profesional, ganándose el respeto y el cariño de todos cuantos le conocieron.

Era persona cordial y entrañable: imposible conocerlo y no quererlo. De profundas convicciones religiosas y de costumbres austeras, vivía entregado de lleno a sus dos únicas pasiones: su profesión de juez, y su familia, tan numerosa como encantadora. Estaba casado con Esperanza Iñigo, a la que conoció en uno de sus destinos judiciales, Garrovillas, localidad cacereña en la que Antonio ha recibido cristiana sepultura; con ocasión de la merecida imposición a Antonio de la Cruz Distinguida de San Raimundo de Peñafort, tuve el honor de afirmar -y ahora lo reitero- que “Esperanza era la mujer más guapa y con más clase que Antonio hubiera podido encontrar en toda Extremadura”. Era padre de siete hijos, casi todos ellos Licenciados en Derecho, y abuelo de ocho nietos.

Antonio derrochaba bondad, humildad y compañerismo. Caminaba por la vida como de puntillas, sin querer molestar, sin afán de protagonismo, y con un encomiable espíritu de sacrificio y dedicación a su trabajo.

Juez inteligente y preparado, de corte salomónico, reacio a la condena en costas, y dotado de un especial sentido común y de una envidiable capacidad resolutiva, siempre estaba dispuesto a “echar una mano” , de manera desinteresada y sin reserva alguna. Como Secretario de la Subsección de Andalucía Occidental de la A.P.M., desarrolló durante más de un lustro una ingente e impagable labor, puramente artesanal y de una pulcritud y rigor absolutos.

Hombre inquieto, de verbo caudaloso y fluido, siempre te tomaba la delantera. “Bien, ¿y tú?” era su saludo habitual, que encerraba la respuesta a una hipotética salutación previa que no había llegado a producirse.

Conociendo su forma de ser, estoy seguro de que en estos momentos estará diseñando la nueva ““oficina celestial”, y dándole a San Pedro su sabio parecer sobre cómo organizar con criterios empresariales el servicio de portería.

Mirando hacia arriba, quiero despedirme de ti, querido Antonio, utilizando una frase tuya, grandiosa pese a su cortedad, que encierra todo un resumen de tu vida : “Anda, quédate con Dios”.

Manuel Damián Álvarez García.

Magistrado

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