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En la muerte de Felipe Benjumea, primus inter pares

En la muerte de Felipe Benjumea,  primus inter pares

“Ha muerto, prematuramente, D. Felipe Benjumea Morenés – Abogado de Profesión y Jurista por devoción, mi maestro y de tantos otros, o como a él le gustaba decir a todo compañero que empezaba sus primeros pasos en esta dura profesión: “primus inter pares”. 

Felipe Benjumea ha sido persona que ha vivido por y para el Derecho con mayúscula, no aceptando nunca caso que no considerara justo. Procedió siempre con la creencia de que los Abogados somos servidores de la causa de la Justicia, y que debemos por tanto trabajar por ella de forma conjunta (aunque cada uno, naturalmente, desde la posición que en cada caso ocupe): los Abogados, acostumbraba a decir, estamos todos unidos por un invisible hilo rojo. Defendió, por ello, a sus clientes con todo su leal saber y entender, pero siempre dentro de los límites que la Moral y la Deontología profesional marcan, sin aprovechar mezquinamente las circunstancias de los casos, ni servirse de interpretaciones torticeras de las normas.

Convencido del Derecho Natural, jamás se conformó con lo dispuesto en las normas positivas si ello no permitía defender el resultado que consideraba justo. Las largas deliberaciones tenidas al respecto, tanto con sus colaboradores, como con los Letrados de las otras partes, fueron palmaria muestra de ello.

Fortaleza y amor por la Justicia le acompañaron en sus más de 30 años de profesión y no le abandonaron nunca, ni siquiera en los momentos postreros de su larga lucha personal contra la enfermedad, como lo evidencia que su último escrito a los Juzgados tuviera fecha de dos meses antes de su muerte.

Con admirable dedicación y esfuerzo, construyó a lo largo de su trayectoria profesional una gran biblioteca jurídica, de la que se enorgullecía justamente, y de la que es buena prueba la profunda argumentación de sus escritos jurídicos.

Gran conversador, disfrutaba todas las mañanas de un café intercambiando pareceres con sus colaboradores, que tantas veces se convertía en cálidas horas de intenso intercambio de ideas.

Profundamente creyente, recuerdo como decía a los colaboradores jóvenes, mientras apuntaba al crucifijo de madera tallada que custodiaba su mesa: no hay que tener miedo en los momentos difíciles, porque no estás solo, el Padre nunca te abandona.

Ahora que ya no está con nosotros, la causa de la Justicia ha perdido a uno de sus más esforzados paladines”.

 

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