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Automodificación y Pericia Caligrafica

Desde el punto de vista documental la automodificación, también llamada “falsedad por disimulo”, es el supuesto falsario más frecuente. El autor de un texto o una firma -mientras los realiza y de manera consciente- altera sus características naturales y habituales con la finalidad de no verse comprometido u obligado en el futuro. Piénsese en quien entrega un pagaré o pone en circulación una letra que acepta y llegado el momento del juicio ejecutivo tras el impago se opone negando la firma que como suya aparece en dichos documentos mercantiles. También suele variar deliberadamente su forma de escribir quien remite un “anónimo”. Siempre una prueba pericial caligráfica realizada adecuadamente –y salvo supuestos muy excepcionales- podrá poner de manifiesto esta conducta.

A primera vista estos casos no siempre resultan fáciles de detectar. Consitituye un principio generalmente aceptado que “el falsario imita y el automodificador disimula”. Cuando comparamos dos firmas o textos absolutamente diferentes es fácil caer en la trampa que tiende el disimulador, que precisamente busca apartarse lo más posible de su habitual forma de escribir y/o firmar. Lo conseguirá durante poco tiempo. Veamos por qué.

Mientras que el habla se desarrolla de manera natural en el individuo en la medida que supone desde su nacimiento el medio de comunicación con los que le rodean, y de los que le rodean con él, sin embargo la escritura es un proceso mucho más complejo y largo que requiere de un deliberado aprendizaje y de la adaptación a determinados medios materiales (papel, útil escritural). Tales circunstancias hacen que el dominio de la escritura requiera de una larga práctica dirigida cuya duración se estima en cinco veces mayor a la necesaria para el dominio del lenguaje. Antes de escribir, el niño no tiene firma. Entre los 2 y 5 años el niño debe aprender a dominar sus músculos, por lo que en esta edad son frecuentes los juegos con distintos materiales que tienden a que adquiera y fije destreza manual con ellos. Entre los 5 y 7 años se profundiza en la destreza del manejo de los útiles escriturales y en el conocimiento de las letras y demás símbolos de la escritura. Entre los 7 y 10 años el niño ya sabe escribir. A partir de los 10 años el individuo suele hacerlo perfectamente y comienza una fase de identificación de sí mismo y de las relaciones con los demás. A partir de ese momento se entra en la fase de “selección y primer dibujo de la firma”, durante la que el niño no se conforma con imitar los modelos de las personas que le rodean o a quienes admira, sino que quiere añadir a estos modelos su “toque” personal. Y una vez elegido el modelo comienzan los “ejercicios de adaptación”. Mediante innumerables reiteraciones a las que se añade velocidad, se adquiere la destreza y se automatiza el modelo escogido. Tal modelo durante esta fase va modificándose hasta quedar definitivamente asumido por el autor. Es la fase de “conformidad”. Una vez conforme el autor con el modelo, a base de reiteración y con la destreza ya adquirida, tal modelo “penetra en el subconsciente”, y lo hace de manera definitiva en un proceso que Mediano Rubio ha denominado “autohipnosis gráfica”. Una vez penetrado en el subconsciente, la firma está ahí, preparada, lista para ser puesta con absoluta firmeza, destreza y rapidez en cualquier momento en el que sea necesario. Para finalizar, el sujeto decide que esa firma “sea inmutable”, esforzándose en que sea esa la única firma.

La firma y la escritura -como se ve- es el resultado de un proceso en el que intervienen factores sociológicos (el tipo de educación, entorno social), físicos (cerebrales y musculares) y psicológicos. Y todo este proceso dura muchos años, lo que determina que aunque es el individuo quien decide cuándo escribir o firmar, una vez que lo ha decidido, la ejecución de la decisión la gobierna absolutamente su subconsciente.

Uno de los padres de la grafocrítica moderna, Felix del Val Latierro, elaboró el que se denomina “Decálogo de los Principios Científicos en que se apoya la Grafotecnia”, y de los que en lo que aquí interesa, citamos los siguientes (del 6º al 9º):

6º. La escritura es inicialmente un acto volitivo, pero con predominio posterior, casi absoluto, del subconsciente, lo que explica la permanencia y fijeza de las peculiaridades gráficas.

7º. No se puede disimular la propia grafía sin que se note el esfuerzo de la lucha contra el subconsciente.

8º. Nadie puede disimular simultáneamente todos los elementos de su grafía, ni siquiera la mitad de ellos, lo cual es una consecuencia de lo anterior avalado por la experiencia.

9º. Por mucho que lo pretenda el falsificador o el disimulador, es imposible, en escritos extensos, que el subconsciente no le juegue alguna mala pasada revelando la verdadera personalidad del escrito falsificado o disimulado.

Ahora bien, para poder “cazar” al automodificador, es necesaria una adecuada prueba pericial. El perito puede disponer de abundantes muestras indubitadas de escritura o firmas de quien en el procedimiento niega la autoría del documento discutido. Si no dispusiera de ellas, deberá formarse un “cuerpo de escritura”.

La formación del cuerpo de escritura por quien niega la autoría no está sometido a reglas fijas. Cada profesional puede encaminarlo de manera diferente, aunque sí deben seguirse determinadas pautas.

1. Que, por supuesto en presencia del Secretario si de pericia judicial se trata, el texto lo dicte el propio perito. En algunas ocasiones y con la mejor voluntad, los secretarios judiciales lo hacen y el resultado es el que se somete a la consideración del experto designado. El perito debe controlar el dictado del texto y observar a quien escribe.

2. Ni el escrito dubitado ni ningún otro debe encontrarse a la vista. No se pueden ofrecer involuntariamente modelos a quien se somete a la prueba. Incluso cuando el cuerpo de escritura va incrementando su número de páginas, las ya confeccionadas se retiran para evitar que quien escribe tome referencia alguna.

3. El texto que se dicte debe ser largo. Inocuo a los fines de la pericia al principio, mientras se va generando cansancio muscular y confianza en el escribiente, lo que hace que afloren las características espontáneas de su escritura. Luego se dicta el texto que el Perito ha preparado tras estudiar el objeto de la prueba pericial. Se le puede pedir que realice el texto en diversas posiciones e incluso cambiando de mano (no es extraño que el automodificador haya realizado el texto o firma dubitada con la mano menos hábil). No olvidemos que quien falsifica o automodifica, pretende autoencubrirse y por tanto sigue simulando hasta el final, incluso durante la realización del cuerpo de escritura.

4. Si se desea obtener números, estos deben ser intercalados de manera natural o bien mediante la realización de sencillas operaciones matemáticas (por ejemplo, sumas).

5. Es preferible dictar un texto que contenga las mismas palabras que el dubitado en lugar de uno idéntico al mismo. En el texto que el perito crea y luego dicta, debe intercalar las frases, palabras, números, operaciones matemáticas, garabatos, figuras geométricas o firmas que desee a fin de poder luego efectuar el cotejo. No se deben intercalar más de 4 ó 5 firmas en cada hoja.

No existe un criterio jurisprudencial expreso acerca de los requisitos que ha de contener un informe pericial caligráfico y las operaciones a practicar por el perito, aunque sí es claro que el TS niega categóricamente el valor del peritaje realizado sobre fotocopias (por razones grafísticas y procesales) y considera especialmente relevante el estudio de la “pulsión” en los textos que sean objeto de comparación. Existen en la jurisprudencia menor pronunciamientos sobre la necesidad de cuatro estudios distintos: a) Morfológico b) grafométrico. c) De la pulsión y d) Sobre afinidades o disgrafías.

Desde el punto de vista pericial, es necesaria la realización de todos los estudios posibles de tal manera que se manifiesten tanto las similitudes como las diferencias, y con las que el perito deberá construir la conclusión de su informe.

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